"Y sí, era loco, pero no loco por razones de estado, como suele ocurrir en otros sistemas..."
Enamorado de los grandes espacios, esos que por desconocidos aterran hasta el alma, sin frío, hambre o calor que parecieran doblegarle, el sujeto de este cuento, vivía contemplando el cielo. Amaneció de pronto entre nosotros, como si algún designio misterioso le hubiese puesto aquí, sin esperarlo. Y quienes por tradición hemos sido ejemplo de disciplina, seleccionados y por ello merecedores de las mejores instalaciones, nutrientes, antibióticos, hormonas, vacunas, suplementos y tranquilizantes, -¡uf!- siempre en el orden exacto de nuestras exigencias, tuvimos que soportar su presencia. En cuanto a nuestro sistema, jamás tuvimos motivo de queja. ¡Ah! Pero aquel exaltado, furioso y extravagante, en desacuerdo siempre con todo y contra todos, tan repulsivo como demente.
¿No le dio pues por iniciar una escalada de agitaciones? Enseñando a nuestras juventudes el supuesto "arte" de volar. ¿Pero volar? ¿Cómo ubicar una mente así, tan retorcida? Sin otro afán que volver a las montañas, como también era de suyo presumirnos, todas las tardes trepaba a una alta estructura, cercana a la techumbre de nuestra maravillosa estancia, para quedarse ahí mirando al sol poniente y al caer la noche emitía un sonido horrendo y lastimoso. ¿Acaso evocaba a sus bárbaros ancestros? Llegué a pensar que aquel pobre inadaptado no dormía.
Necio de capirote, intentaba volar con insistencia obsesiva, hasta rendirse de tanto golpearse con los objetos que impedían su afán. Y sí, era loco, pero no loco por razones de estado, como suele ocurrir en otros sistemas; este sí verá auténtico loco de atar. Gruesas las patas deformes, garras en el sitio de las uñas, una mirada que inyectaba pánico, alas tan largas como inservibles por espesas y anticuadas y un cierto tufillo a animal salvaje. Por si esto no fuera suficiente, diré que su presencia careció de importancia, pues nunca produjo algo útil, sus "ideas" se perdieron en la bruma del olvido y nadie, excepto yo, le recuerda. ¡Cosas de la vida! Y pues ocurrió que una tarde y contra su costumbre de trepar hacia el techo, se encaminó hasta la red ciclónica que protegía nuestro santuario y simplemente, ¡La rompió con el gancho fortísimo de su pico! ¡Cundió la alarma, a punto estuvo de propiciarse un desastre general! Por fortuna, los machos preponderantes, entre gansos, patos, guajolotes, gallos y hasta faisanes, en cumplido equipo, lograron someter a aquel nefasto a la impotencia y la malla bendita que siempre nos ha protegido, fue de inmediato, reparada. ¡Qué alivio! Quedó el bruto condenado a las cadenas; las alas truncas, las garras destrozadas y rota para siempre la curva de su pico, dejó de existir en breve. Se nos comunicó de oficio que el desconocido indigente, portaba un virus de locura aviaria ya desde su gestación, -todo esto demostrado científicamente, por supuesto- y que tal era la causa de sus malformaciones y su comportamiento antisocial; contra lo que fuimos también vacunados.
El comunicado concluía informando que el organismo de aquel rarísimo espécimen, ya no pudo soportar el tren de vida que llevaba y pues, simplemente, murió. Con la celeridad que el caso ameritaba, incineramos su cuerpo y de ese modo logramos evitar contagios indeseables entre las filas de nuestra selecta población. Se nos ordenó arrojar lejos de ahí las cenizas, con el mayor sigilo. Fuimos seis loa designados, salimos de madrugada y llegamos dos días después, ya madura la tarde, al pié de la sierra, junto a la más alta montaña que jamás imaginamos. Y hasta las faldas de aquel inmenso promontorio, llegaron ¡Volando! Cuatro gigantescas aves, de asombroso parecido con nuestro ajusticiado, formaron con sus alas luminosas una espiral de viento y remontaron las cenizas del orate, suavemente y girando siempre, sobre las montaña y en dirección al sol, hasta perderse más allá de las alturas. Por primera vez, sentí el pavor con que la verdad invade... Juan Pollo, Fiósofo y Cronista de Gallineros.
Roger Lafarga, Eduardo González Culiacán, Sinaloa, Mex. Homeópata IPN, Autor.
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