"Lo que leeré no es un cuento surgido de la ficción, de lo contrario, representa la narración de hechos que se vivieron y marcaron para siempre, la existencia de un niño qué en su futuro, enfrentaría la pobreza extrema que se padece en distintas regiones del mundo..."
Fue un gris atardecer en New York, caía sobre la ciudad la tormenta invernal más intensa de los últimos años. Frente a la chimenea, en el salón de fumadores, departía un grupo de médicos cirujanos de prestigiado hospital. Se disfrutaba del Coñac… y los alientos de cigarrillos y volutas de finos habanos se esparcían en el cálido ambiente. Los temas iban y venían; comentarios, chismes, y bromas entrelazadas.
En un impase de charla intrascendente, el decano de los cirujanos, dijo: “ruego al doctor y también autor, David Cárdenas, nos haga partícipes del tema que escribió recientemente, sobre el caso de una enfermera y un niñito indígena, ocurrido en la región de la Tarahumara, que tengo entendido se ubica en la sierra de Chihuahua en su entrañable México, tema literario que, por cierto, ha merecido críticas elogiosas”. El aludido, se levantó del sillón que ocupaba. Su atractivo físico, correspondía a la imagen del criollo mexicano, derivada de la fusión de la sangre española con el linaje hispanoamericano durante los siglos de dominación colonial. Se hizo el silencio entre el grupo de colegas dispuestos a escuchar la historia que formaba parte del material del próximo libro que publicaría su editor, después del éxito que había registrado su última novela.
Con voz fluida, el fraseo y modulación que envidiaría un actor de teatro, David reveló: lo que leeré no es un cuento surgido de la ficción, de lo contrario, representa la narración de hechos que se vivieron y marcaron para siempre, la existencia de un niño qué en su futuro, enfrentaría la pobreza extrema que se padece en distintas regiones del mundo. Como sucede aquí este día, años atrás, se abatió sobre la zona “Tarahumara”, al norte de la república mexicana, como bien lo indicó nuestro decano, un frente frio con tormentas, nevadas y temperaturas bajo cero. Las Autoridades Sanitarias de mi País, enviaron brigadas de médicos y enfermeras para la protección de la población afectada con el fenómeno meteorológico; Prioritariamente la tarea era atender a niños y ancianos en la administración de vacunas y atención hospitalaria. En el proceso de aplicación de las vacunas a la población infantil, se presentó el episodio que me conmovió y generó en mi conciencia de “sanador brujo”, como nos llaman en su lengua tribal los Rarámuris, el espíritu literario que me impulsa a escribir lo que sobrecoge mis sentidos, como sucedió en esa ocasión y que ahora escucharán: -”En prolongada fila humana, hecha en círculos en el interior de la gran carpa instalada en el “llano”, para proteger del congelante aire a los niños y demás lugareños que serían inoculados así como al personal de la brigada médica, advertí la presencia de un niño que sobresalía por su elevada estatura y pálido rostro. Tiritaba sin control alguno. Ubicado en el primer lugar de la fila, se encontraba “arrimado” al niño próximo buscando un poco de calor. La mayoría de los presentes se cubrían con las cobijas que las brigadas de salud habían llevado al campamento. Él no alcanzó a recibir la prenda que lo ayudaría a sobrellevar el temporal. Vestía solo la manta acostumbrada por los nativos de la sierra tarahumara que vivían en pobreza ancestral. De repente se abrió la pesada lona que protegía el acceso a la “carpa-campamento” y entraron los médicos y enfermeras que iniciarían la vacunación.
Gertrudis Picos, con especialidad y amplia experiencia en casos de enfermedades virales, encabezaba a las enfermeras, y quien ubicada a un costado de la criatura que había adquirido un tono morado en su rostro, dispuso el instrumental sobre la mesa en la que se encontraban las cajas que resguardaban frascos, conteniendo el material que sería inyectado. El niño, ante la cercanía de la jefa de enfermeras, contempló la gruesa capa azul que la cubría; por instinto se arrimó, tratando de cubrirse entre los pliegues de aquel manto protector a su alcance. Sintió que dejaba de temblar, gozó del confortante calorcillo que emanaba el contacto de su piel con la tela de lana que lo tapaba parcialmente. Gertrudis, a quien llamaban “Tulita”, con la jeringa preparada en mano, buscó con la mirada al primero que recibiría la vacuna, entonces vio al indito que permanecía medio envuelto en una parte de su amplia capa que llegaba casi al piso de tierra suelta. Con experiencia clínica, notó los moretones en su carita a causa del intenso frio; atrayéndolo hacia su cuerpo, preguntó: ¿tú cobija muchacho, donde la dejaste? En su boca fuertemente apretada y entre el rechinar de dientes, escuchó su lamento: No tengo. No me tocó, señora, tengo muchísimo frio. ¡No me quite de aquí!, se lo ruego…!
La Jefa de enfermeras, lo cubrió aún más con su capa, pidiéndole sacara su brazo izquierdo sobre el que aplicó la vacuna delicadamente. Enseguida, desabrochó de su cuello la prenda oficial y se la entregó diciendo: te la regalo, llévatela. En lo adelante, la usarás como si fuera tu cobija; que Dios te acompañe”.
El niño sorprendido por el gesto de aquella mujer desconocida, tomó la capa y en ese escenario, se hincó ante la imagen de la bondadosa enfermera y le rezó en voz alta, el Ave María, en su dialecto.
¡Ese día, llevó a las alturas de su cueva, ubicada en uno de tantos altozanos de la sierra de Chihuahua, además de la valiosa prenda…, el nombre de una Santa mujer…, a quien rezaría, agradecido, cada noche de su vida…!
Salvador Antonio Echeagaray Picos. Culiacán, Sinaloa, Mex. Autor, Magistrado en Retiro.
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