Una sarta de cuentos, Cuento tercero "EL FESTEJO"
En un país reservorio, bajo el sur de la frontera, La Tarima, campo pesquero marginado, se alicusaba; desde días antes, las mujeres habían estado recogiendo los sapos que, reventados a pedradas, se pudrían al sol, en descampado malolientes. Regaron la única calle que tal nombre mereciera, encalaron árboles, fachadas de jacales, cercos… ¡Y por fin! El patio en la casa de Perpetrando Ardides, quedó albeando de limpio; acomodaron mesas, sillas, asadores de carne y arrimaron mucha leña de mangle, lavaron la pila descomunal construida junto al ébano más viejo de la isla y la llenaron de hielo picado y cerveza, esperando el arribo de visitas importantes; pero la basura amontonada en cierto cerco limítrofe, no fue barrida; ahí anidaba una guajolota canela, la "Calceta", brava de origen, ajena a ese predio y culpable de querellas interfamiliares por la posesión de los pollos, recién eclosionados. -La güíjola vino a empollar de este lado del cerco y soy yo quien le da de comer, así que a mí me corresponde cuando menos la mitad de los pollos, reclamó Nepomucena, -¿Y porqué no vino a avisarme en cuanto se dió cuenta? Si bien que le conviene que anide en su patio, contestó la "China". -Ah, y seguramente Usté no sabía, se hizo la desentendida para que yo alimentara al animal mientras que partía los huevos, ¡Vieja cuenta chiles! Respondió, cloeca, la benefactora avícola. -¡Cuenta chiles su abuela y vámonos respetando! Gritó la "China". -¡Pos la suya y lo que quiera! Replicó Nepomucena y esto fue armarse la gorda, lo peor, que sobre el nido de la Calceta que, furibunda, arremetió a picotazos donde fueran cayendo, con lo que le desinfló una nalga, la derecha, a la dueña del patio, que azotó por tierra. -¡Vieja méndiga, ya me mató un güijolito! Reclamó la "China", -Pos ni modo, al cabo que no me iba a tocar ninguno, según Usté, reprochó Nepomucena. Y allá van rodando,bentre la polvareda que levantan. -¡Peliee cómo las machas, vieja jija, no miaruñe! Dijo la una. ¡Vieja jija lo será Usté y no me mechoniée, dijo la otra y allá van otra vez, sobre una pila de leña que sirve de casa a la iguana que sale meneada, agitando la cola.
Los hombres divertidos miraban la disputa. - Oyes qué buena se puso la "China", no me había tocado mirarle los calzones, comentó el "Róbalo". -¡Cállate, pendejo, que 'ai viene el marido! Anunció el "Coruco", -¿Y a quién le dices pendejo? ¡Cabrón! Respondió el aludido, -¡Espérate, compadre, si nomás un dícere, cálmate! Suplicó el "Coruco", -¡Cálmome madre, qué dícere ni que la chingada! Y otro agarrón. -¡Úa, úa! El griterío de la raza, -¡Yo le apuesto veinte al "Robalo"! ¡Yo le voy al "Coruco", fue boxeador. Pero en el pleito apareció un cuchillo, el box no sirvió de mucho, el "Robalo", tiburonero experto, esgrimió por reflejo una herramienta de trabajo y sin saber ni cómo, el "Coruco" agonizó en sus brazos, la borrachera abandonó al homicida, para dejarle la cruda moral del remordimiento y todos, hasta la marejada, guardaron silencio.
Las peleoneras, ahora contundidas, resoplaban para arrojar de las narices el zoquete que les dejara la refriega y, respectiva intervención de sus maridos, se compusieron los pechos y desempolvaron sus enaguas; sudorosas y aún agitándose, cambiaron la expresión de enojo por asombro y se miraron como niñas abandonadas al miedo; subrepticia, la iguana volvió a refugiarse en su nicho. Se desmoronó la tarde, cercano, se escuchaba el barullo de la fiesta que iniciaba y el agonizante se iba, temblando de pánico, entre los cuajarones de sangre con que el sol enjarraba la distancia. Al "Robalo" ni quién le reclamara, sabían que no tendría prisión más dolorosa que la desolación de su propia conciencia, sin el "Coruco", su compadre querido desde que llegó a La Tarima. En vísperas del festejo dey aprovechando la ocasión, Perpetrando Ardídez llegó al encuentro con un voluminoso cartapacio, conteniendo actas amañadas de asambleas que jamás se realizaron, para que, toda vez ebrios, los socios de la cooperativa las firmaran, aceptado términos contra su beneficio laboral; algunos ni beodos firmaban, entonces Pancho "Lacas", falsificador con graduación carcelaria y amigo del cacique, firmaba por ellos, de modo que Ardídez controlaba siempre presidencia y fondos de esa y muchas otras cooperativas. ¡Y llegaron los invitados, La Tarima festejaba el triunfo del flamante senador Armando Felonías y por supuesto, el de todos los tarimenses. -¡Qué viva el ingeñero Felonías! ¿No que no? ¡ De aquí para gobernador, compañeros, óiganlo bien! ¡Quihubo! ¿Qué pasó con la música? ¡Esos músicos, están dormidos! Y la demúsica, de viento, abrió con El manicero, para euforia de la raza, luego, Lira de oro, La india bonita, El capiro, La Marcha de Zacatecas, pieza, esta última, interrumpida por el comisariado ejidal, quién, iracundo, desenfundó pavorosa carabina Winchester de la silla de su caballo, disparó al aire y gritó: ¡Señores'n, ell himno nacional no se baila! ¡He dicho! Fuera de eso, el borlote duró toda la noche y parte de la mañana; al amanecer, los pechos de caguama, asados a fuego lento, invitaban al hambre. Al "Coruco" lo velaron aparte, "a la sorda" para no incomodar al festejado, le pidieron a Perpetrando para gastos funerarios y este contestó que estaba muy gastado por la fiesta y aún le faltaba por cubrir la música, que le fiirmaran un pagaré por dos mil pesos y les entregaría mil novecientos por qué ya estaban corriendo los intereses.
Y sí, aceptaron, con ese dinero consiguieron café, piloncillo, canela, aguardiente, panes de rancho, contrataron a la rezandera de un ejido vecino y tramitaron los permisos del sepelio. A la autoridad le untaron la mano con trescientos pesos para que aceptaran la muerte del "Coruco" cómo accidente de trabajo: "se le habría disparado un arpón"; firmaron también la declaración de hechos. El féretro lo consiguieron a crédito, con cargo a la cooperativa. -A ver cómo le hacemos, dijeron, -Ardídez se va a enojar, pero son tiempos de apuro. Ya instalados en el jacalón que servía como sala de juntas, llevaron sillas, desvencijadas y crujientes y metieron una tina con hielo bajo el féretro, el aire corría sofocado, espeso de calor y sal, comenzó a circular el café, al principio sin alcohol para niños y mujeres, luego roló parejo y el miedo ante la muerte fue despertando latentes necesidades afectivas; el "Robalo" lloraba aparte, en el suelo y recargado en un horcón extremo de la palapa, con las piernas de la "China" metidas en el pensamiento. Todo fue que aparecieran los primeros carrujos de mota y: -Mañana regreso para el rosario, avisó la rezandera, persignándose y se fue con pasito apretado por la vereda del cocotal. Las mujeres ur horas antes se desgreñaban, ahora compartían mutuas atenciones: -Oyes, Nepomucena, he pensado regalarte a la "Calceta", ya que se aquerenció en tu patio, 'ai nomás dame unos güijolitos pa' agarrar cría. -China, yo siempre te he admirado porque a los machos se les cai la baba cuando pasas, dicen que tienes… ¡Pa' qué te digo! Y te agarro la palabra pa' que veas que te quiero, hubiéramos sido hermanas… ¡Iiiic, uuuurc! Galastino Cáñamo, el "Galas", marido de la "China", cumplía tres días sin ración de "chiva", fue a sentarse junto al "Robalo"; platicaron: -¿Qué onda, mi Robalo? -¿Qué onda con qué mi Galas? -¿Tráis? -Si tráis con qué, si hay. -Pos no, pero… -Ah, ¿Entonces? -Cabrón, ya no aguanto, luego te pago. -Mmmm… con ese cuento, pídele a tu mujer. -Ella no sabe de esto bronca. -¿Cómo no va a saber? Bueno, mira, échamela pa'cá, yo hablo con ella, pa' qué entienda tu problema. -¡Heeeeey, es mi vieja, pinche Robalo, agarra la onda. -Pos por eso, buey, por qué es tu vieja, bueno ¿Quieres o no? -No, pos sí… la necesidad es cabrona. ¡Échamela, pues, pa' convencerla de que te ayude. -¡Épale, cabrón! -¡Oh, que la… si desconfias… -No, pos no.
Y Galastino fue a buscar a su mujer, la encontró contando pollos imaginarios. -¡China, ven! -¿Qué quieres, tú, no ves que estoy platicando? -Ven, vieja, ven, el Robalo quiere hablar contigo. -¿Y de qué, tú? -De un problema que tengo con él. -Ah, pos arréglense ustedes. –
Es que él quiere arreglarlo contigo. -Aaah, exclamó la "China", la cara de pronto ruborizada y aún adolescente. Y más por curiosidad y envalentonada por el café con piquete, fue a arreglar el "asunto"; Nepomucena se quedó con la palabra en la boca; pero, hembra de instintos bien plantados, comprendió su deber: -Pero hombre, mi Galas, ¿Qué te pasa? Si hasta parece que te trabajaron, si es mal puesto, yo te curo, vente pa'cá, bonito, pa'cá pa' lo solito. -Caray, Nepomucena… Pero, ¿Pos a quién le dan pan que llore? Su marido anda en la fiesta, mi vieja está arreglándome el asunto, el muerto, ¿Pos a dónde pueda irse?; Y esta vieja… ya encarrerado el peine, que se friegue el piojo, ¡Vamos pues! Los tres, cuatro vecinos que aún quedaban en el velorio, aprovecharon la desbandada para fugarse al mitote, abandonando así al difunto en su caja corriente de aserrín prensado, que se quedó solo con su rostro solemne y sin quejarse, esperando el abrazo de la tierra. En el festejo, amanecía con el recalentado, las lechuzas se escondieron en lo más alto del monte y los zanates tronaron escandalosamente. Bramó, cruda, la voz anónima que nunca falta: ¡Chuyón, Chuyón! Dice el Ardídez que mandes más chicharrón de caguama pa' la mesa de en medio y más sopa de aleta para todos. ¡Les gustó, te salió buena! !Ah, pero que de la tina enchilosa para que se alivia en y sigan pistiando a gusto.
Luego inquirió por lo bajo: Oyes, si puedes te encargo una jarrilla de guisado, pa' mandar a la casa, me estoy acordando que desde antier no tragan, ¡Je je! Y entre el jolgorio, a la mesa del senador se acercó una lugareña, -¿Entonces qué, ingeñero, le gustó La Tarima? Hombre, sí, habrá que venir más seguido, 'ora que estoy soltero. -Y… ¿Le gusta lo que me está mirando? Ya sabe, cortesía de la casa. Insinuó la muchacha, con ojos de gacela en celo. -O si prefiere una más pollita, Usté manda. -No estaría mal, mijita, no estaría mal, respondió torpemente Armando Felonías, poniendo en blanco sus ojillos lascivos y continúo: -Pero oye, que unos pollitos tiernos por ahí, ¿No habrá? - ¡Ah, pero y cómo no, tenemos de sobra, mi senador! Intervino el acomodaticio que siempre se mete en lo que no le importa, para luego ir a cacarer el incidente, cómo simpática broma, sin encontrar a su pasión ningún eco. La joven se retiró, indignada, contoneándose y gesticulando el mohín que la circunstancia exigía. Casi desapercibidos, a prudente distancia y estratégicamente distribuidos, un treintena de hombres, apertrechados con la última moda en equipo de guerra, permanecían alertas, guardias moras del senador. Y allá arriba, muy arriba, en absoluta indiferencia, una parvada de curtidos pericones aspiraba a volar, cada vez más alto.
Roger Lafarga, Eduardo González
Culiacán, Sinaloa, Mex.
Homeópata IPN, autor.
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