AÑORANZAS DEL MAYAB.
- Alberto Ángel El Cuervo
- 3 oct 2022
- 6 Min. de lectura
"Mérida, Yucatán… Entre recuerdos, aromas y sabores de aquella inolvidable Ciudad Blanca."

¡Tres años… tres años sin salir de viaje…! La sensación era sumamente extraña… El síndrome postpandémico, dirían algunos… Pero resulta que la pandemia no puede darse por terminada, así que la palabrita (postpandemia) no resulta ser precisamente adecuada. Con temor, con miedo quizá sería mejor decir… Con pavor y la conducta paranoide que conlleva el asomarse desde el aislamiento de tres años, me convencí por completo de lo conveniente que en este caso resulta el no tener que documentar… la documentación ahora era por medio del holograma que me llegó al celular, ese pequeño mundo en el que se tiene una oficina completa… Es increíble lo que hemos llegado a depender de la tecnología…
Alrededor de todo ello reflexionaba mientras intentaba proteger a mi familia de ese tumulto descuidado al que parecían importarle poco ya las medidas sanitarias tales como la “sana distancia” y el cubrebocas… la taquicardia aumentaba a medida que buscábamos un espacio en el que no hubiera gente… Después de llegar a alguna sala solitaria, casi de inmediato comenzaba el arribo del mar de gente que se iba acumulando más y más hasta que nos hacía escapar hacia quién sabe que otro sitio, pero que presentara una menor afluencia de pasajeros descuidados… finalmente, pudimos situarnos al frente de la fila de abordaje… y, con el cubrebocas ceñido al rostro, hicimos todo el viaje sin moverlo… preferimos no beber agua para no hacerlo a un lado no obstante que en el avión los letreros nos informaban de la “sanitización” cada tres minutos que del aire interior se hacía por medio de una tecnología especial…
Por fin, después de un momento de incremento en la ansiedad ante la prisa en el descenso de pasajeros, nos sentimos relativamente tranquilos caminando hacia la camioneta pero sin retirar el cubrebocas ni un segundo… Mérida… Ciudad blanca, dice la canción de Pepe Guízar… Mérida, que en esa sensación extraña tenía un significado más fuerte como el lugar de contagio que llevó a Manzanero a la tumba… Subimos los tres, Mary, mi hija; Mary, mi mujer y yo, en ese orden, hasta la parte de atrás de la camioneta… nos dábamos la mano como “wuinik recién llegado a la ciudad”… Uriel, mi brother, sentado en la fila media, mostraba un rostro poco usual en él… Era un Uriel reflexivo, envuelto en un cansancio que, quizá igual que a mí, le llegaba ahora en el otoño… En los asientos de adelante, Gabriel y Laura, con una gentileza que siempre se agradece, comentaban acerca de lo sabroso que estaba el menú en el restaurante de comida yucateca al que nos llevarían… Por la ventana, entraba la nostalgia… Esa Mérida no era más la Ciudad Blanca de la canción… Por más que intentaba envolverme entre recuerdos, golpeaban la vista y el sentir, los letreros de restaurantes, tiendas y plazas que más que Yucatán, parecía que me llevaban de la mano hasta algún pueblo (todos son iguales) en algún lugar de Estados Unidos…
---¿Viviste en Mérida, Alberto…?
---No, pero veníamos muy seguido a ver a mi abuelo… ¡no sabes la cantidad de recuerdos que tengo de él…! Siempre nos disfrazábamos con atuendos iguales y el carro alegórico era un “fordcito” antiguo de aquellos cuya cajuela se levantaba casi verticalmente quedando una especie de cueva… Una vez, mi abuelo, papá grande, como le decíamos, quiso que nos disfrazáramos de luchadores… él era el “Santo” y yo “Blue Demon”… Cubrió la cajuela con papel plateado y para mantenerla levantada, un palo de escoba forrado de plateado también, sustituía el resorte que había dejado de servir… Así, íbamos los dos saludando desde la cueva del enmascarado de plata… El desfile se hacía a lo largo del paseo Montejo donde se podían contemplar aquellas casas de construcción bellísima que eran en gran parte identidad de la Ciudad Blanca… Terminaba al llegar a un lugar conocido como Los Tulipanes… Ahí descendíamos de los carros y entrábamos a comer toda clase de comida típica yucateca… De la sopa de lima a los panuchos y los papadzules y los salbutes de cochinita hasta el pok chuk pasando por el relleno negro para culminar con un exquisito “queso napolitano” o un “caballero pobre” con miel y helado de vainilla…
---Ya no se hace el carnaval en el paseo Montejo… Lo prohibieron… Hace como cinco años que ya no se hace allá…
---¡No me digas…! Qué triste… ¿y qué me dices de “La Prosperidad”, sigue abierta?
---Pues supongo que no, no he oído hablar de ese lugar… ¿Un restaurante o algo así?
---Sí, ahí se presentaron durante muchísimos años “Cheto y Petrona”, cantores mestizos con su atuendo típico… eran magníficos, cantaban en maya y castellano… bailaban y decían bombas improvisadas a los parroquianos que quedaban fascinados con ellos… Cheto y Petrona fueron los que hicieron inmortal la canción “Purushon Cahuich”…
---¡Ah, claro… Purushon Cahuich nacido en kakmek, un pobre winik con cara de pek…!
---Ese mero… Pues se presentaban ahí y también en el teatro Fantasio que igualmente cerraron…
A medida que avanzaba la conversación, la nostalgia cobraba mayor fuerza… Después de cenar unos tacos al carbón deliciosos como la convivencia y ante la imposibilidad de encontrar algún lugar típico de comida yucateca en Mérida, vino el descanso que libera de toda la tensión que la pandemia ha dejado y sigue motivando… Al día siguiente, la boda de nuestros queridos amigos en una palapa de una quinta muy bella que finalmente recordaba las “casitas de paja” de la canción Aires del Mayab… De cuando en cuando, intercalada la charla de Gabriel entre la que se daba con Uriel y nosotros, hablábamos de todo y nada… Al fondo, la música grabada de un “D:J:”, así le llaman a quien va ligando desde la música para bailar hasta el “karaoke” con el que se sublima la ansiedad de los cantores improvisados… Y finalmente después de una comilona deliciosa que rematara con tortas de “cochinita”, el arribo del mariachi…
---Mi querido Alberto, déjame decirte que no tienes que cantar para nada ¿eh? Suficiente es con haya venido tu hermosa familia a compartir este día tan importante para nosotros…
---Ni me digas eso, mi querido Gabriel… Con todo gusto les cantaré algunas canciones para contribuir con mi canto al festejo de este día…
---¡Caray, hermano, no sabes cuánto te lo agradezco…!
Y, visiblemente cansado, mi brother Uriel se levanta tomando el micrófono para anunciarme con el respeto y cariño con que siempre lo hizo en tantas y tantas ocasiones de aquella época en que representante y representado nos hermanamos más allá de toda relación laboral, en una amistad inquebrantable y permanente… Así, dedicándoles a los novios unas palabras de buen augurio, comienzo recurriendo a la emoción de José Alfredo y sus canciones para que después recordara a mi querido amigo siempre admirado José “El Cuate Castilla” autor de “El Pastor”… Mi mujer, amorosamente, graba ahora con su celular… Mi hija, nuestra Maricelita Ixchtell, me mira con toda su belleza, elegancia y parsimonia que indefectiblemente me recuerda la mirada indagadora de mi madre… las luciérnagas, a lo lejos se distribuyen en la alfombra verde que cubre todo el terreno de la quinta confiriéndole mayor magia al per se mágico momento del cantar… “Si se calla el cantor, calla la vida”, alcanzo a recordar mientras el mariachi ofrece la introducción de este inmortal huapango de Los Cuates Castilla… Remata mi intervención con un coral improvisado entre mi voz y la de tres personajes que son padre e hijos, quienes se han dedicado profesionalmente a la música, en un trío… Señalo que las voces hacen gala del conocimiento coral y de esa manera, se completa una serenata huasteca en la tierra del mayab… nos despedimos de nuestros amigos y en el camino hago notar que las albarradas blancas, parecen ir siendo sustituidas por bardas de piedra pegadas con cemento… No puedo evitar esa insistente sensación de que aquella Mérida que conocí, aquella Mérida del barrio de San “Sebastiam” así con “m” al final, y el camino a Oxcuxcab… aquella Mérida del Teatro Fantasio donde tantas veces vi al Cholo Herrera y esa peña de cantores del Hotel Colonial que se reunían a exponer su bellísima trova yucateca, aquella Mérida de la Ermita llena de historias narradas por mi padre y “Papá Grande”, mi abuelo Alonso… Aquella Mérida de los carnavales a lo largo del Paseo Montejo, ya dejó de existir aunque seguirá permanentemente habitando mis recuerdos de niño parcialmente heredero de los encantos mágicos de la tierra del Mayab… Nuevamente la llegada al hotel y al día siguiente a primera hora el viaje al aeropuerto para estar de regreso a casa esperando reunirnos con nuestra Nieblita… Ese ser que ha llenado de sonrisas nuestro camino temeroso en la pandemia… ¡Gracias a la vida, diría Violeta Parra… gracias al cielo, a Dios, al destino, o como prefiera llamarle… Gracias a mi mujer y mi hija amadas por su apoyo, su cuidado, su amor…!
albertorafaelbustillosalamilla
Alberto Ángel El Cuervo… Mérida, Yucatán… Entre recuerdos, aromas y sabores de aquella inolvidable Ciudad Blanca.
Alberto Ángel El Cuervo
Nanchital, Veracruz. Mex.
Autor, Pintor, Compositor, Cantante, Intérprete.
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