“Y la mujer que toca
la tierra y la guitarra
lleva en su voz
el duelo
y la alegría
de la profunda hora.”
Pablo Neruda, Oda a la guitarra
Vengo sin guitarra, acudo a ustedes lectores para que me ayuden a imaginar una música que nada tiene que ver con sonidos cotidianos como el de la regadera, el fluir del agua en el fregador, las palomas fantasmagóricas dentro de las benjaminas, una puerta de closet corrediza que muestra y esconde unas botas de piel en espera de su dueña para recorrer senderos, recolectar salvia blanca y llegar a campos con girasoles.
Vengo con un requinto invisible a interpretar un bolero, imagino que puedo hacerlo, y que es música de fondo para pensar en Claudia y contar sobre ella, decir que a los nueve años comenzó su entrenamiento como contadora de poesía y registros de lunas dentro del programa de Talleres de Creación Literaria Arcoíris, imagínenla menuda, de profundos ojos cafés, de tibia sonrisa, melena suave y abundante. Claudia egresó de la primera generación de la Escuela de Periodismo Flores Magón, rodeada de libros y música en casa, se fue muy joven a perseguir palabras, a trabajar para el periódico ensenadense El Vigía y El Mexicano, fue titular de la sección cultural del semanario Aquí.
A veces, entre trova o en el esplendor de guitarras eléctricas escuchó atenta a quienes la guiarían por bosques plenos de versos: Flora Calderón, Regina Swain, Paulina de la Cueva, Fernando Vizcarra, José Javier Villarreal, Francisco Hinojosa y Eugenio Aguirre; luego la misma Claudia acompañaría a otros a internarse en la escritura, a abrirse paso a golpe de pluma en tardes heladas. Claudia en caminar constante, cercada por pinos y vigilada por lobos.
Un lobo asecha, Claudia tiene las manos tan puras que se atreve a tocarlo. Le acaricia el lomo hasta ponerlo a dormir, muchos fuimos testigos de esta magia. Nosotros, cobardes, trepados en los techos la vimos cerrar los ojos en dulce meditación, luminosa, fuente de música y suave voz.
Ahora quiero recitar con Claudia, esos destellos sobre la hoja, poemas de su libro Temporal/Habitada por un lobo (Pinos Alados, 2021):
Guitarra II
María, con paso firme,
la mirada tímida
y las manos aferradas
a las cuerdas de la guitarra
sonríe
mientras sus pequeñas manos
hacen magia,
silencio, melodía
un poema
surge de la guitarra.
Guitarra III
Prodigio
del amanecer
sueño fugaz
que ha de desaparecer
con los primeros rayos de luz.
Tu cuerpo abrazado al mío
definitivamente
será tuyo
mi último suspiro.
Temporal
A Josecito
Entre el dolor y el espanto
tu rostro aparece como un poema
de Neruda, frágil y sentido.
Te siento entre mis brazos
palpitando vida, silencio, amor.
Tus latidos se esparcen por el pasillo,
solos, te abrazo para que no tiembles
y en nuestros sueños, juntos
bajo el árbol del jardín,
nos sentamos a escuchar
una guitarra cantar.
Las cuerdas del poema
En esta tarde nublada, acompañada de música de Silvio Rodríguez, quiero contar que hace muchos años en esta Ensenada conocí a una niña que escribía palabras enormes, pacientes, sonoras. Las abrazaba con todo su cuerpo, armaba poemas para soñar con los ojos abiertos: ya había entonces en cada verso una cama tibia y preguntas que habrían de sellar su pacto con la literatura. Claudia brillaba para ella y los demás en suerte de magia alzando sus manos de mujer sabia; fiel contadora de días perversos, horas altas, mañanas iluminadas y sendas que muestra en versos finos, cristales pulidos bajo la reflexión. Palabras verdades.
Su poesía no es para leerse. Es para tomarla y sentarse debajo de un árbol, escucharla sangrar desde las cuerdas de una guitarra. Aquí, sobre estos poemas iluminados por el dolor y la gloria del amor le dio a la brisa por detenerse, hubo una junta de lobos que aullaron doloridos toda la noche, hasta que uno se dispersó y rompió la quietud del lago para beberse de un trago canto y furia.
Agua clara, espacio abierto y versos macerados arrastran palabras pegadas a la piel. Sílabas que antes estuvieron cosidas a la poeta, ahora, con su amoroso cuidado; arrojadas al mundo desde su centro, su contundencia dice muerte, pero se afianzan en la palabra sanadora.
Poemas líquidos, savia elemental desde las venas hasta las páginas de la memoria, del cuerpo que lo recuerda todo y danza alrededor de los hijos para construir montañas perdurables, en su cima se escucha diáfano el acorde solar, se acompasa el latido y se puede escribir en hojas vegetales, en cada piedra; sentencia de ángeles.
Vino Claudia de la ciudad de agua, sus cantos hablan de finales y comienzos con pisada firme. Vino a sembrar voces a punto de reventar ataduras. Hay aves exasperadas en estas líneas, caminos que siempre terminan en las raíces de un árbol fundacional.
Claudia, poeta de corazón abierto, suéter negro y manos delicadas. Sonríe con los ojos, bebe té de manzanilla, se acomoda en un sillón de la eternidad contenta. Pienso en ella y agradezco su belleza y bondad. Inexplicable generosidad ante las penas que tuvo por pasajeras, a su espíritu nunca lo alcanzó enfermedad sombría. Ella toda poesía.
Lector, recuerde al final de cada poema de Claudia que un mismo canto se alza sobre la oscuridad y el silencio para delinear círculos, es la misma tonada que ella dibujó para recostarse en ellos e inaugurar el amor que, como lobo, siempre asecha.
Iliana Hernández Partida
Ensenada, Baja California, Mex.
Autora, traductora, pintora, maestra en Cultura Escrita/Lenguas Modernas,
docente en la Facultad de idiomas de UABC.
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