"¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que en nombre de la democracia se la sigan poniendo?"
En esta fauna debemos escapar de los depredadores. Hordas de cancerberos con el mandato que dicen que es del pueblo. Me presento con estos vocablos. Cosificados los cuerpos. La urna electoral símil a vulva, para ser penetrada por sobre o voto, pene simbólico de quiénes no hacen más que ponérnosla en el cuarto oscuro. Te escribo para volar cómo águila y preguntarte a vos qué esto estás leyendo. ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que en nombre de la democracia se la sigan poniendo?”
La pregunta fundamental, en tiempos del aceleracionismo de la inteligencia artificial, de la robótica de la razón instrumental, en el contexto democrático que impera en nuestro horizonte tiene que ver con esto mismo. ¿Es acaso la democracia, la categoría, el categorial dónde podemos ver todas nuestras expectativas de libertad política o de libertad existencial, o de libertad en sentido lato cumplidas o garantizadas?
Sin dudas que la historicidad, occidental o logocéntrica de la filosofía, podría desentrañarse, desde el eje categorial del concepto de categoría. Los predicamentos o modos del ser, de acuerdo al discernimiento que nos legó Aristóteles descriptos en "Tópicos" y "Categorías". Que servirán luego para la diatriba con Kant, que acentúa la identidad de su pensamiento, tabicando en esta diferencia, en relación a las condiciones mismas que determinan las posteriores atribuciones condicionadas (los a priori). Por supuesto que no podríamos sintetizar en una frase toda una corriente filosófica en relación a otra, sobre todo sí ambas son canónicas para el quehacer académico y curricular de lo filosófico. Pero nuestro propósito es pensar, y ello implica la huida a campo traviesa, al desnorte del cielo magnificente, sin reaseguro ni garantía alguna ni de agradar ni de persistir en la intención del no error. Kant hará lo mismo con Aristóteles que de alguna manera hizo Platón con Parménides. En un juicio sintético podríamos afirmar que no es más que un Platón recargado. Al menos, se sirve mucho más de él que lo que afirma y de lo que luego se decodifica de sus postulados o concepción. Pero tal como dijimos, no es el tema aquí, ni tampoco lo será en un futuro, son tantos otros los que tendrán en todo caso, los recursos, la disposición y sobre todo las ganas o el deseo, de desenredar estos vericuetos, que la postre no resultan más que el desliz de cierto vedetismo filosófico.
Hegel sí, disuelve la multiplicidad categorial en la fenomenología del espíritu y la reconvierte en la centralidad materialista de la "fuerza" que no es más que la suya y la que a partir de tal instancia se conjugan en la dialéctica de conceptos definidos en la intersubjetividad que redefine la conciencia, autoconciencia, la ley como producto de aquella fuerza y el espíritu más allá de lo absoluto.
Tal como expresamos, y sin el ánimo ni la propuesta, en la que seguramente incumplimos, de no hacer una hermenéutica filosófica a partir del término o concepto de categoría, lo cierto es que la contribución que realizamos a nuestra actualidad, como escenario de la disposición a pensar, tiene que ver, en que arribamos a una instancia en donde nuestra noción o deseo de subjetividad, no reproduce nada más allá de su estar "liminar" o testimonial. Una existencia, que ni siquiera se plantea el arrojo, sino que pretende en su desentenderse, siquiera hacerse cargo de la condición que implica el existir.
Lo que tal vez para otros signifique la desustancialización del sujeto en cuanto tal, puede que para nosotros sea esto mismo, el fin, el cese de lo atribuible, de lo predicable de un S que ya no es P, y al que no se le debe pedir, exigir, ni demandar más nada (en términos políticos o sociales, el sujeto simbólico cosificado en la pobreza extrema, en la marginalidad, en el derivado desechable de un producto como no cosa, de un fantasma errante migrando la finitud para perecer al menos intentándolo).
La polea cortada, las naves quemadas, el desanudarse de un sujeto que dejó de ser tal, por la inanición de pensarse y consumido en el abandono aceleracionista de habernos convertido en un resultante o "producido" de algoritmos definidos por una razón instrumental o instrumentalizada.
Esto mismo sucede con lo democrático, ya no hacemos uso de lo que propone o significa esencialmente, no intercambiamos ideas, no pensamos, no disputamos la prioridad mediante el concepto y haciéndonos cargo de la contradicción y la administración de las mismas, todo es democrático y por ende nada lo es, extendemos el significante, transformándolo en amo, y convertimos la democracia en un autoritarismo opresivo, que persigue, tortura y maniata, desde adentro de todos y cada uno de los que no podemos salir de la condición de sobrevivientes en la que estamos reducidos, nos urge salir de la horda. Lleva tiempo, tratar de entender, las dislocaciones, las fracturas a las que asistimos de las lógicas binarias que pretenden confrontaciones agonales entre facciones unívocas. Las palabras median, entre el hecho y su recuerdo. Salirnos del encierro de tales categorías, tal vez nos permitan pensar más allá de ganar y perder. De haber sido abusado para no abusar (para dislocar el círculo vicioso y pernicioso que nos ofrece la mera pretensión de saciar un apetito, de eclipsar o anular el placer con el goce). Nadie escapa de lo paradojal. El poder es sólo aquel que te permite brindarte y abrirte al otro, sin que comparemos las heridas cicatrizadas, alejando de tal manera el impulso de lastimar y dañar, porque, como todos, alguna vez fuimos alcanzados por el temible pavor de reaccionar sin querer ni comprender. El abuso estadístico, a decir de Borges, en el que muchas veces deviene lo democrático, no debe ser ocasión para demonizar lo electoral. Tampoco sacralizarlo. Sin la misma no se puede, pero tampoco, únicamente, como hace tiempo seguimos creyendo, con lo electoral nos alcanza. La finalidad de las mayorías no pasa por la ubicuidad de una sola o prioritaria, pretensión, exclusiva y determinada. Son tantas y tan variadas, como insondables y contradictorias. En caso de que no puedan ser escuchadas o interpretadas tales demandas o aspiraciones, cada quién que circunstancialmente obtenga una pócima de poder, en el frenesí, que luego será acabose, de su culminación, de su saciedad de goce, anulará o impedirá que los otros sigamos siendo o tengamos al menos el deseo de continuar luchando. En el caso de que no logremos detener el abuso, corremos este riesgo de magnitud, llegar a perpetrar la anulación del otro, que es la desintegración de la posibilidad del nosotros. Desde hace tiempo que en todas y cada una de las aldeas democráticas, cuando se llama a una elección o se dispone la instancia electoral, lo que está en juego es esto mismo, nada más y nada menos.
Francisco Tomás González Cabañas.
Argentina
Autor y Filosofo.
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