“Una oportunidad te espera”, “los cambios en tu vida se acercan”, “el verano no lo es todo”… Y el mío: “pronto conocerás a alguien que valorará tus pensamientos”...

El día de ayer cenamos comida china y, por supuesto, no podían faltar las galletas de la suerte… Si habláramos de ventas, podríamos decir que las galletas de la suerte son el artículo gancho ¡quién no quiere que le deseen buena fortuna! Pequeñas bolsitas transparentes que contienen galletas en forma de media luna, crujientes, con olor a vainilla y con un papelito en su interior que trae una leyenda… Siempre diferente… Palabras de sabiduría, por decirlo así, nuestro futuro plasmado en un pequeño papel. A mí me recuerdan los sombreros chinos de bambú que vemos en las fotos de la gente de los sembradíos de arroz. Sólo dan una galleta por persona y la sobremesa comienza con las lecturas de los mensajes que cada uno ha recibido… “Una oportunidad te espera”, “los cambios en tu vida se acercan”, “el verano no lo es todo”… Y el mío: “pronto conocerás a alguien que valorará tus pensamientos”.
Lo interesante de la plática es la interpretación que cada quien gusta de darle a su mensaje… de alguna manera deja abierta la puerta… ya está en uno si entra o la cierra, pero mi mensaje me hizo recordar la historia de Magdalena y Porfirio… Una historia de amor… Un amor poco común… Un amor que desataba controversia… Muchas opiniones que armaron torbellinos en donde ni Lucero ni el Güero (así les decían afectuosamente a Magdalena y Porfirio) se dejaron arrastrar… pero ¿Cuándo ha sido el amor algo común?... El amor lo sabemos distinguir todos, no necesitamos a los protagonistas o incluso haberlo vivido en carne propia, sin embargo, lo reconocemos… Nos queda claro, muy claro, cuando dos personas se aman… Y así, como cada cabeza es un mundo, se podría decir que cada pareja es una historia distinta archivada en una caja llamada amor. Tal vez el amor es algo común, pero la historia de Lucero y El Güero, fue algo fuera de serie.
Lucero usaba muleta, tenía una pierna más corta, la derecha. Cuando era niña cayó en una coladera y ahí empezaron los tratamientos y visitas a doctores, que al parecer, no tuvieron un buen desenlace. Era muy alegre, incluso sus sobrinos recuerdan haber echado carreritas con ella y con todo y muleta ganó varias veces. Era una joven educada y de corazón abierto… le gustaba el póker y las labores de bordado… Siempre tuvo su casa limpia y decorada con buen gusto, propio de una señorita de alcurnia; era bien sabido que Doña Magdalena tenía buena cuna.
Cuando yo la conocí, siempre vestía pantalón, pero anteriormente lucía faldas confeccionadas con un fuelle para mover su pierna más corta con facilidad… para complementar, una blusa, saco, un collar de perlas y un peinado que dejaba lucir sus rizos de color rubio mismos que hacían juego con sus ojos verdes… Usaba colorete en las mejillas y sus labios eran vestidos infaltablemente en tonos rosas o rojos. Siempre tuvo el apoyo de sus hermanos que amorosamente le decían Lucerito ya que cuando nació, el Doctor que la trajo al mundo dijo que era tan bonita que parecía un lucero.
Porfirio era policía, y coincidió en el servicio militar con los hermanos de Magdalena. Hicieron migas de inmediato… Y desde el primer momento que vio a Magdalena, su corazón tuvo dueña. La convivencia entre ellos se fue dando porque Porfirio le hacía algunos mandados a Magdalena, hasta que un buen día se convirtieron en Lucero y El Güero. Todos los días, el Güero le llevaba a Lucerito su combustible para el calentador de agua, aquellos pequeños paquetes con forma de ladrillo rellenos de aserrín y bañados en petróleo, que comúnmente se veían en las azotehuelas de las casas; un poco de fruta para su desayuno y algo más… Una flor, un recado, una sonrisa… Y después de los buenos días, se encaminaba a sus rondas de Jefe de Cuadrilla.
Lucero se levantaba temprano, prendía su calentador de agua, tendía su cama, se bañaba y se ponía sus tubos, desayunaba y comenzaba a prepararse para su día de ilusiones… Cotidianamente comía con su hermana y se preparaba para estar guapa para la cita de las seis… Sí, todos los días a las seis tenía una cita con el Güero en el café de chinos de Avenida Revolución… Y los testigos: El café con leche en vaso de vidrio, aquellos vasos de vidrio grueso que definían el café con leche de los cafés de chinos, y el pan dulce… Bisquets, Conchas, Cocoles. El Güero acompañaba a Lucerito a casa, y eso sí, siempre cargando con una pequeña bolsa de papel de estrasa con un pan para el desayuno de Lucero.
Así, pasaron cuarenta años… Cuarenta años de citas de amor… Pero, desde luego, pasaron muchas cosas más que las citas en el café de chinos… Por principio, hubo varias peticiones de mano, dos vestidos de novia… Pero ninguna boda… Nadie sabía por qué se daba entre ellos semejante jaleo de duda, indecisión, miedo, vergüenza o quizás temor… Es uno de los secretos de ese amor… Sólo hubo una ruptura… Lucero le dijo adiós al Güero y ante tal desesperación, este se aventó al tranvía… No, no murió, después de todo, el tranvía llevaba poca velocidad… Pero sí le quedó un daño, una especie de temblorina perceptible más no limitante… ¿Se reconciliaron…? Sí, y tal vez pasaron veinte o treinta años más del total de los cuarenta de noviazgo.
Se dice fácil, pero en cuarenta años pasan tantas cosas… Hay tantos cambios… Pero sobre todo, se da el cambio de joven a viejo… Y fue de viejos que yo conocí a Lucero y al Güero y pude ser testigo de la última parte de la historia… El adiós… O quizá sería mejor llamarle la despedida obligada… Lucero enfermó, un cáncer invasivo, que tan sólo le dio unos días de dolor y la oportunidad de entablar conversaciones con sus hermanos y algunos sobrinos que la acompañaron cariñosamente en su vida amorosa… Y este último capítulo sería el más difícil… El Güero la visitó, tuvieron una conversación privada, y con lágrimas en el rostro, el Güero le dio una flor y un adiós a Lucero… Esperaría… Esa parte le tocó y pasó sus últimos días al cuidado de la familia de Lucerito ya que, al ser hijo único, no tenía familia… Su madre había fallecido varios años atrás…
Una historia de misterios envueltos en papel con motivos de San Valentín… Una historia de amor fuera de serie… Una historia de amor de los tiempos de “Don Caballero”.
Maricela Bustillos Rodríguez.
Enero… Rancho Paraíso… Ciudad De México.
Maricela Bustillos Rodríguez
CDMX, Mex.
Lic. Psicología, bailarina, autora y narradora.
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