"Los astros compiten con las luces que emergen de los hogares. Cual hormigas, las persigo con la mirada..."
En sus tejidos experimento el ulular del viento. Como una danza ancestral se mueve la pañoleta de contrastantes formas. Rojo, azul y amarillo se entremezclan frente a mis ojos. Nada lo detiene, sólo se exhibe, arrancando preguntas, de lo que fue y no es.
Deslizo su suavidad entre mis dedos, después la llevo a mi cara. Cierro los párpados, creando cientos de historias, como si aquel trozo de tela fuera capaz de hablarme, y de hecho lo hace. De pronto al aire se arremolina contra mi cuerpo, ya no siento mis pies, he caído en un profundo sueño, desaparezco entre las sombras, hasta que poco a poco aparecen difusos colores.
Estoy en una cúspide, el maravilloso brillo de la luz me encandila. Tal vez no estoy en el presente, sino en la Córdoba del año de 987 cuando la ciudad era una joya del al-Ándalus, un califato independiente, con bibliotecas, universidad, coronada por la Gran Mezquita con mil trescientas columnas de mármol y trescientos sesenta y cinco arcos bicolores.
Es una metrópoli sumamente poblada repleta de mercados, huertas, palmeras, jardines con esplendidas fuentes, visitada por musulmanes de África y Asia, así como cristianos y judíos provenientes de la península o de otras partes de Europa.
Contemplo su mercado de especias, casi huelo el ajo y el comino. Vienen a mi mente las conquistas de sus intrépidos héroes, como Almanzor, la belleza oculta de las mujeres del harem, que en las noches repletas de estrellas bailan seductoras despertando el deseo.
Los astros compiten con las luces que emergen de los hogares. Cual hormigas, las persigo con la mirada, tratando de contarlas, pero es imposible, sólo me dejo envolver por el frescor, mientras escucho los murmullos de los vendedores que regresan a sus casas, los amantes que persiguen el rincón más oscuro, aquel delincuente que espera la soledad de la residencia para hurtar lo prohibido.
No tengo miedo a pesar de las discusiones, alguien parece forcejear en el callejón aledaño, un grito corta el breve silencio, me pongo en alerta, buscando una daga, pero recuerdo que no llevo nada semejante. Corro hacia una parte más segura, me pierdo entre unos ganaderos que salen de la ciudad y ahora estoy rumbo al campo.
Camino para ordenar mis ideas, regreso a la colina con la respiración entrecortada, hasta que mis palpitaciones se regularizan. Observando a mi alrededor, concluyo que Córdoba representa una época de humillación para los descendientes de los visigodos, pero es de gran riqueza cultural, a pesar de la reconquista cristiana. Inhalando hondo disfruto cómo la civilización islámica aún se palpa en el aire, así como la pañoleta sigue en mis manos, evocando nuestro innegable origen morisco.
Primavera Abril Encinas
Obregón, Sonora, Mex.
Autora, Psicóloga.
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