"Pienso en todos los momentos, en plena salud obviamente, que no alcancé a valorar, porque así somos. Desistimos de lo fácil, lo obvio, lo que tenemos en frente..."
Enclaustrada como me encuentro, solo me queda recordar esas experiencias que han iluminado cada línea e imagen o más precisamente, aquellos pasos tras la narración prometida. Los retiros forzados generan ambivalencia, pero no me asustan, sino que me atrevo a tomarlos como vienen, y es ahí donde se suscitan las reflexiones que acompañaron el recorrido por mi memoria. Ya son dos años de sufrir lo inevitable, a pesar de ello la imaginación vuela, recupera las visiones, los gestos, anhelos. Desearía regresar al tiempo en que caminábamos sin miedo y nos dedicábamos a disfrutar lo evidente y efímero, aunque lo único que quiero es dormir. El esfuerzo agota. La debilidad no cesa por más motivaciones que encuentre en la escritura. Debería estar agradecida, muchos han muerto en el 2020, pero sigo aquí con esta imitación de gripe interminable. Dicen que es por la vacuna y sus refuerzos. Eso ha impedido que sucumba como otros, repito, debería estar agradecida, sin embargo, la angustia persiste.
Tengo miedo a la muerte, a la entubación o simplemente a estar hospitalizada. Lo estuve en el 2021, pero por otros motivos. Cuando pensé que me había salvado de la pandemia, viejos malestares del sistema digestivo me llevaron a cirugía. Sé lo que es estar encamada, y varias veces, por eso, cuando debo estar en aislamiento por padecer de lo que está aquejando al mundo, es inevitable que vengan los temores.
Primero, rabia por estar enferma. Reconozco que suena egoísta, pero ¿por qué a mí si me había cuidado tanto? Ni siquiera sé dónde la agarré. Pudo ser cuando caminaba sin cubrebocas y alguien pasó gritando. Tal vez fue en el supermercado o el banco, ¿la ferretería quizás? Segundo, ¿habré contagiado a mi madre cuando nos tomamos el café cuando no empezaban los síntomas? ¿Lo haré con mis hijos aunque me he aislado en la recámara?
Las culpas invaden mi mente, que a ratos adquieren febrilidad. El termómetro aumenta, son los instantes en que aparece la inconsciencia, ya no se puede escribir, aunque esté llena de imágenes. En otras épocas también hubo pandemias sumamente destructivas que ocasionaron millones de muertes. ¿Quién iba a decir que nos tocaría sufrir una?
Al principio, cuando comenzó todo, veía las noticias con reserva. Eso está muy lejos decía, China queda del otro lado del mundo, para cuando llegue a México, si es que llega, habrán encontrado una cura. Nos sentimos infalibles. Pensamos “esto jamás nos pasará”. Y en enero del 2022 estamos con más de trecientos mil fallecidos y casi cinco millones de contagios en nuestro país. Es desgastante pensar que formo parte de esa estadística.
Me levanto para tomarme el medicamento para la tos, interrumpiendo la escritura. Sujeto un vaso de agua con la mano derecha, después de agarrar el grifo con una toallita, para no contagiar a mis hijos. Eso es lo que he estado haciendo estos días.
Todo lo que toco fuera de mi recámara procuro hacerlo con una servilleta y después me lavo las manos. Uno de mis hijos hace la comida y la deja en la cocina, yo aparezco cuando no están y me sirvo en un plato desechable. Los cubiertos que uso están en mi cuarto y sólo los utilizo yo. Cada día me traen un jugo de naranja de la calle, no tienen la paciencia de cortar y exprimir las naranjas, así que lo compran.
Los medicamentos son pocos, solo para la tos, la fiebre y un remedio para los síntomas de la gripe, lo demás es descansar. Como he dicho, no me pegó fuerte. Aunque los primero días me sentía debilucha y como borracha, después me sentía un poco mejor y me dio por escribir.
Lo he hecho a ratos, otros fragmentos ya estaban en mi computadora. El fastidio vino después, no soportaba la cuarentena. Aislada, sola, únicamente un breve contacto por las redes sociales. Hablarle a mis hijos tras la puerta cerrada, imaginar y seguir recordando los viajes, cada añorado tropiezo. Deseo todo lo que no puedo tener. No debo caminar en la calle o socializar en persona, aunque extraño convivir con mis seres queridos.
Pienso en todos los momentos, en plena salud obviamente, que no alcancé a valorar, porque así somos. Desistimos de lo fácil, lo obvio, lo que tenemos en frente, ¿para qué apreciarlo si lo realizamos o adquirimos todos los días? Me he cansado de ver tantas series, leo a ratos, escribo a ratos.
Me escapo un instante al jardín, creo que en una semana nadie ha regado mis flores. Las encuentro semi marchitas, los pétalos de los rosales se ven algo tristones. Inhalo el aire, consciente de que es un lujo escuchar los múltiples sonidos de la calle.
Me agrada contemplar al perro del vecino, los gatos que antes me molestaban, adivino las voces que llegan desde lejos, ¿será Paula o Lidia? ¿Ya habrán cargado a ese niño que antes lloraba?
Es increíble cómo he vivido este proceso, a ratos en completo decaimiento, en otros con bastante lucidez. La enfermedad fue benigna, lo he dicho antes. Me he pasado escuchando música instrumental los últimos días. Me gusta el soundtrack de la serie Bridgerton, he descubierto melodías muy hermosas, que reproduzco una y otra vez en youtube.
Sigo con los medicamentos, aunque se ha acabado el de la gripe, no pienso adquirir más. Prefiero seguir con mi jugo de naranja y las escapadas al jardín. Aún me cuido de hablar con mis hijos sin cubrebocas. Gracias a Dios no han enfermado. Sigo comiendo en solitario en mi habitación.
Abro con temor la ventana de mi cuarto, me da angustia experimentar frio, ando como un esquimal. Sigo ronca, la sequedad de la garganta no disminuye. Reviso estas notas, sé que agregaré más tarde otras cosas, recupero archivos, reacomodo, quito, vuelvo a poner.
Las imágenes de los viajes persisten, será que tengo ganas de tomar un autobús y recorrer el país o brincar de nuevo el Atlántico.
Primavera Abril Encinas
Obregón, Sonora, Mex.
Autora, Psicóloga.
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