"Abrió los periódicos y hojeando las páginas, recordó como cuando se está en un concurso y la respuesta llega en un momento de percepción mágica…"
Don Faustino es un hombre mayor, viudo, conoce todo lo que pasa en la cuadra incluso, un tiempo fue jefe de manzana; es un hombre jubilado que, podría decirse, ha sabido como recuperar el tiempo perdido. Todos los días a las doce en punto sale con chaleco de botones y sombrero, con la camisa adornada por una corbata de color sobrio, pantalón de vestir y zapatos bostonianos; bien acicalado y perfumado se encamina al puesto de periódicos, suele comprar dos periódicos de diferente editorial, una revista cultural y de ahí a la panadería… tres bolillos, un pan dulce y una charolita de polvorones es lo que siempre lleva en su bandeja.
A lo largo del camino saluda a las mismas personas: el policía que da su rondín en alguna de las calles, el franelero que acomoda los coches frente a las tienditas aledañas a la panadería, el bolero que se instala siempre fuera de la tabaquería y la “doña” que vende servilletas bordadas a lo largo de la avenida grande que lleva a la zona de tienditas.
Después de estirar las piernas con este recorrido cotidiano, Don Faustino estaba ansioso por llegar a casa y disfrutar, como todas las tardes, de sus actividades de jubilado que lo esperaron por largo tiempo.
Una vez que limpió el plato de guisado con el bolillo hasta el último bocado, Faustino llevaba su cafecito y sus polvorones en una charolita bien acomodada con una de las servilletas de la “doña” de la avenida. Gustaba de leer el periódico y recortar noticias interesantes que acomodaba por fechas en un cuaderno forrado con papel manila; incluía recortes de las revistas culturales, mismas que podían ser de ciencias, de historia o de arte. La tarde estaba adornada con música, por lo general oía boleros interpretados por los afamados tríos de la época de oro, aunque bien podía disfrutar de la música clásica, particularmente la barroca y cuando estaba de muy buen talante, escuchaba jazz y blues. De igual manera reparaba cosas que le llevaban los hijos o los nietos: juguetes rotos, electrodomésticos, libros con pastas despegadas o dobladas… el tiempo se le pasaba tan rápido, que muchas veces ya no le alcanzaba para leer o dibujar y sólo repasaba un par de poesías acompañadas de un bostezo que llevaba a su pijama y a una cama acogedora llena de almohadas y cojines.
Al día siguiente, posterior a una plegaria de agradecimiento, un pan dulce, una fruta y un huevo escalfado le recargaban energías para iniciar de nuevo una rutina, que aunque calma y aparentemente monótona, lo hacía feliz.
Don Faustino siguió su rutina como todos los días, pero hoy sería diferente… entre la panadería y el edificio de oficinas se alcanza a ver en el fondo una llamativa y colorida tienda de antigüedades que se llama “Ábrete Sésamo”… unos cuantos pasos por el callejón bastan para llegar a ella que al parecer no es muy concurrida; una tienda de antigüedades es un tesoro de recuerdos y vivencias, es un viaje en el tiempo que paradójicamente ha pasado de moda, ya que todo lo moderno se vuelve antiguo.
De regreso de la panadería, un majestuoso perro afgano miraba fijamente a Faustino y, con trompadas y coletazos, lo empujaba en una dirección, parcía que quería llamar su atención; sin duda alguna le alegró el día a Faustino, pero dejó de ser algo gracioso para convertirse en algo intrigante… Faustino se salió de ruta por primera vez en veinte años, dobló a la derecha y entró al callejón para terminar en la tienda “ábrete sésamo”. Un hombre con barba y bigote, de ojos negros y de mirada profunda resaltada por un turbante de seda de color morado le dio la bienvenida “la paz sea contigo ¿qué puedo hacer por ti?” “buenas tardes, venía siguiendo a este imponente muchacho, me hizo sentir que quería que entrara aquí, tiene usted un local maravilloso, de haberlo sabido, lo hubiera visitado antes”.Con una sonrisa y en un tono de voz calmo, el hombre del turbante le dijo: “todo a su tiempo…” El afgano se había recostado en una cama de seda y suspirando, no hizo más aspavientos. En una mezcla de fascinación y cautela, Faustino se sentía como lleno de vida, vaya, llegó un momento en que olvidó sus dolencias y caminaba más ligero… recordó cuando era un hombre joven y bajo ese filtro comenzó a mirar todo, vio cada detalle de muebles, lámparas, porcelanas, yadró, alfarería, tallado, labrado, pintura, laca y tejido…pero sólo se detuvo ante un objeto de la tienda, una alfombra roja, en realidad sólo era eso, una alfombra roja enrollada y recargada en la pared “¡ah! La encontró” “¿qué es?” “una buena amiga”. En ese momento sonó un reloj de pared que marcaba las cuatro de la tarde y como si un chasquido de dedos hubiese sacado de trance a Don Faustino, reaccionó “¡Dios mío, se me pasó el tiempo! Le agradezco sus atenciones y que tenga buena tarde” “mi nombre es Ali Kemal”.
Esa noche, Faustino no pudo dormir… Sabía que había visto esa alfombra antes, pero no recordaba dónde y cada vez que intentaba recordarlo, se angustiaba más; incluso, se atrevía a pensar que era un dejá vu.
El insomnio propio de la vejez, lo levantó finalmente de la cama, intentó volver a la rutina que interrumpió el día anterior… Abrió los periódicos y hojeando las páginas, recordó como cuando se está en un concurso y la respuesta llega en un momento de percepción mágica… los álbumes de fotos que su esposa había llenado de retratos y escenas familiares, en un meticuloso orden cronológico de la historia de la familia López Brito… y ahí, en una de tantas fotografías, estaba la alfombra roja ¿acaso su esposa le había comprado o vendido la alfombra a Ali Kemal…? Sí, está en la foto, pero en realidad, Faustino no recordaba haberla visto en ninguna habitación de su casa, y él, que particularmente disfrutaba de caminar descalzo y sumergir los dedos en la alfombra, no tenía sensación o recuerdo alguno de la textura de la alfombra roja en la planta de los pies ¿por qué entonces estaba en la fotografía?
Dadas las diez en punto, Faustino que ya llevaba dos horas esperando en el sillón arreglado y desayunado, salió a toda prisa camino a la tienda “Ábrete Sésamo”, no se detuvo ni un minuto, no saludó a nadie y mucho menos compró pan o periódicos, simplemente doblaba a derecha e izquierda para llegar al callejón… el sobresalto fue escalofriante, literalmente se le puso la piel de gallina… el local de Alí Kemal no existía, sólo había un patio con cuatro contenedores de basura para uso de la panadería y las oficinas del edificio blanco de la avenida. Faustino daba vueltas buscando en forma absurda detrás de los contenedores, y mirando hacia los cuatro puntos cardinales esperando encontrar el local “Ábrete Sésamo”… su percepción era correcta, lo sabía, pero se negaba a aceptarlo… él lo había visto… ¡habló con Alí Kemal! Después de veinte minutos salió del callejón y regresó a casa, sin pan, sin periódicos y tratando de recuperar la calma y entrar en razón. Al llegar exhausto, tomó un vaso de agua y se sentó a meditar lo sucedido, revisó nuevamente los álbumes de fotos y ya no estaba la alfombra roja… pero ver las fotos familiares le causó una sensación de paz y plenitud… de alguna manera ya se sentía en un lugar seguro.
Dos días después, Faustino fue encontrado en el sillón de su casa sin vida y con una sonrisa en la cara… su hijo había ido a visitarlo, ya que sus mensajes no habían sido contestados; y en un llanto claro, se dijo a sí mismo: “ya estás con mamá…”
Maricela Bustillos Rodríguez
Octubre, rancho paraíso, Ciudad de México.
Maricela Bustillos Rodríguez
CDMX, Mex.
Lic. Psicología, bailarina, autora y narradora.
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