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Salvador Antonio Echeagaray Picos.

“LA RIÑA”

“Transcurrían pausadamente los tiempos estudiantiles en la vieja Universidad de Sinaloa, allá por los 60’s del siglo pasado. Cursábamos el tercer año en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y yo, representaba al reducido número de estudiantes Cosaltecos, en la prestigiada Facultad”, me cuenta el Lic. Jesús Hernández Chávez.


Después de “machetear” las materias y cumplir con las tareas académicas, nos agradaba caminar durante los fines de semana, por la ribera del Humaya; admirar sus bellos atardeceres, gozar de sus frescas aguas pescando lisas, mojarras y “cauques” debajo de las piedras en la corriente mansa del rio, y que ahí mismo asábamos. En ese bucólico entorno recorríamos el sombreado sendero con las novias tomados de las manos, en inocente y temprano enamoramiento. En esa brevedad del aprendizaje universitario, de amores y circunstancias propias de la edad y tiempos sin premuras, sucedieron los hechos que culminaron con el sonado pleito estudiantil que interrumpió la calma intramuros en la Casona Rosalina.


Terminado el ciclo escolar, preparábamos los temidos exámenes anuales que se aplicarían conforme al sistema curricular escolástico que imperaba en la época. Ocurrió que el maestro de “Obligaciones”, materia que constituía el obstáculo a vencer, en la carrera de Leyes, junto con “Contratos”, que llevaríamos el siguiente año si lográbamos “pasar” “Obligaciones”, era un sujeto al que apodábamos el “Abo”.., por abominable.., quien presumía, tener una larga lista de alumnos reprobados anticipadamente. Como no mencionaba nombres, nos dimos todos por aludidos. La reacción, con el correspondiente acuerdo tomado a mano alzada en la asamblea convocada exprofeso, fue la de no presentarnos al examen final, si él lo aplicaba en lo personal. Exigimos mediante comparecencia del grupo ante la Rectoría y la correspondiente entrega de un escrito firmado por la mayoría, que el examen se presentara ante Sinodales, para evitar la evaluación unilateral del antipático titular de la materia.


Un día canicular de Junio con truenos y la amenaza de lluvia, a la hora señalada para el examen, reunidos en las bancas ubicadas frente al salón de clases donde se haría la prueba, vimos entrar a uno de nuestros compañeros que con decisión y sin voltear a ningún lado, se instaló en una silla, se plantó ante el sorprendido maestro y pidió ser examinado.

Tamaña violación al acuerdo de no presentarnos a la prueba, debía tener respuesta de nuestra parte, por tanto se acordó castigar al sustentante cuando menos con una “pamba” colectiva en los mismos corredores de la universidad. Solo que antes habríamos de resolver un gran problema: quien presentó el examen y habíamos condenado sumariamente, medía como 1.90 de estatura y pesaba alrededor de 90 kilos, bien distribuidos…


Como estrategia básica se aprobó encontrar la forma de tumbarlo al piso y allí sujetarlo entre todos para inmovilizarlo y darle la “pamba” que merecía. Alguien propuso seguirlo de cerca, sorprenderlo y tirarlo entre varios para aplicar el ejemplar castigo. Al final prevaleció mi propuesta de acercarnos en grupo, en actitud amistosa, pidiéndole nos informara sobre las preguntas que contenía el examen presentado. Fue así como conseguimos sorprenderlo.


Una tarde en espera del siguiente examen, llegamos tranquilamente a la banca en la cual se encontraba concentrado en la lectura, lo saludamos conforme a lo convenido y rodeándolo por completo, le preguntamos sobre los temas del examen, consiguiendo que bajara la guardia y se confiara. A una señal convenida, lo sujetamos entre varios y aunque logró medio incorporarse, la fuerza de los ocho que lo teníamos agarrado, hizo posible que lo tumbáramos al piso. Por cosas del destino, el cuello del fortachón quedó en la horqueta de mi brazo derecho y, reaccionando a un reflejo natural, apreté lo más fuerte que pude al ver que se resistía lanzando golpes a diestra y siniestra con una de sus piernas que nadie había logrado sujetar. Al sentir la fuerte presión de los huesos de mi brazo, que apretaba y dañaba su nuez de adán, a gritos pidió paz y decidió aguantar sin la menor resistencia, la ejemplar pamba colectiva…


Pero lamentablemente para el que narra, la cosa no terminó ahí. Sigo contando: Un fatídico día, poco antes de concluir el periodo de exámenes, me encontraba en una de las bancas del corredor interior revisando apuntes sobre la última materia a presentar, cuando de repente veo que se para frente a mí, el grandulón que habíamos sometido y castigado. Frente a un numeroso grupo de estudiantes presentes y sin mediar palabra alguna, me toma de las solapas de la camisa y sin el mayor esfuerzo me levanta en vilo del asiento y con voz tronante grita: vamos a ver si tú solito, jijo de la tal por cual y sin andar en “bola” con tus amiguitos, te atreves a pelear conmigo, ca…. ¡Ven!.., sígueme a la plazuela!.., me ordenó con gesto de “gladiador” romano. Ahí podrás demostrar si de veras eres “machito” o un cobarde que sólo peleas junto a “montoneros”. Ante el sorpresivo reto hecho a grito pelado que retumbó a lo largo y ancho del corredor y sintiéndome el único protagonista en aquel atestado escenario, no me quedó otra que responder con un afónico… ¡Vamos pues!...


Sintiendo las miradas de los azorados estudiantes que advertían la inminencia del desigual pleito, comparando estaturas y corpulencia de quienes seriamos los protagonistas, seguí a paso lento al fortachón que, de pocas zancadas, alcanzó el portón de salida y quien con rumbo fijo, se encaminó presuroso hacia el enorme Huanacaxtle que todavía existe, frente a la plazuela, a un costado de lo que fue la residencia de los señores Almada. Ante la peliaguda emergencia que enfrentaba, elaboré rápidamente un plan de pelea que consistía precisamente, en no pelear!


Por lo tanto, apresurando el paso logré emparejarme a mi contrincante diciéndole: Oyes Rigoberto, no se te hace que esta pelea es demasiada dispareja, tú mides más de 1.90 yo apenas rebaso el 1.70. Y además pesas cerca de 100 kilos y yo, sólo 60…. Luego con voz afligida pregunto: acaso me quieres matar, hombre? …Quiero darte una madriza para que aprendas a ser hombre de verdad, no un pinche montonero, replica indignado. Entretanto, seguíamos por el sendero que me llevaba al cadalso, yo, casi pegado al grandulón, pregunto, oyes Rigo, porqué me escogiste a mí de entre los ocho que te dimos la pamba?... contesta: se te olvidó que fuiste tú quien me estaba asfixiando con los apretones que me aplicaste en el cuello y que estando a punto de ahogarme, dejé de pelear, cabrón ? Además ya agarré a uno por uno de tus disque amigos y, ¡valieron madre..!.. Todos se rajaron como lo que son, viles cobardes. Y alguien me la tiene que pagar y como tú me aceptaste el reto…. Oyes Riguito, le insisto, como querías que reaccionara si me amenazaste ante toda la muchachada… uno tiene su dignidad, entiéndeme por favor… además que ganarías pegándome a mí en una pelea qué tu sabes es totalmente dispareja. Que va a decir la gente de ti, tu familia y amigos.., mínimo que eres un abusón Riguito. Somos compañeros en la facultad, ya terminamos el tercero de leyes, sólo nos faltan dos años para terminar la carrera, debemos comportarnos como seres educados en esta Cuna de Instrucción superior, Rigoberto, le dije con voz lastimera, al advertir que estábamos a punto de llegar al escenario donde sería ejecutado... Repentinamente una gran nube cubrió y semi- oscureció amenazando con lluvia el sitial universitario. Esperanzado, en ese momento de circunstancia climática, supliqué al Dios ancestral “Tlaloc” enviara de ya, la tormenta que provocaría la suspensión del combate..!!


… Nunca vi a los numerosos partidarios que gritando “porras” nos seguían, sabía que estaban ahí deseando ver la sangre del “Chuquique” derramada sobre la arena, en aquello que más que una riña, sería un hecho criminal. Nos encontrábamos justo bajo la fronda del añoso Huanacaxtle, lugar que tenía el antecedente de servir como espacio para románticos encuentros de noviazgos estudiantiles y además como improvisado ring para resolver asuntos personales.


La muchedumbre se había detenido a no más de cinco metros de distancia y, temiendo que mi imponente contendiente iniciara la pelea sin observar ninguna cortesía boxística, me aproximé temerariamente a punto de topar mi frente a la suya, mirándolo resuelta y fijamente, tal como afirmaban, veía el mítico personaje de revistas, kalimán, a sus formidables oponentes… y dando la espalda a los que ya se habían instalado en ring side y, claro, ofreciendo a mi oponente mi mejor sonrisa, meloso, desarmado al tener los brazos a mí costado, le digo: Rigoberto, en este momento, antes de que cometas un reñicidio conmigo, te ruego nos comportemos como hombres conscientes y universitarios civilizados. De mi parte sinceramente pido perdones por el daño que te causé, prometiendo que en lo adelante podrás ver en mí, a un verdadero camarada. Si no hay pelea, únicamente perderás a una víctima de tus instintos, Riguito.., pero a cambio me ganarás a mí, al “Chuquique”, al goleador del equipo universitario de Fut bol..!! como un fraterno y leal amigo…!!!


Cuando terminé la perorata, sentí que lo había convencido de no pelear.

Sin separarnos, frente a frente, dábamos a creer a los partidarios de uno y otro, que nos madreábamos directamente con saliva de por medio, como calentamiento previo al inicio del esperado combate “peso pluma”, contra un peso completo. De pronto, el Rigón, me dice al oído: déjame comunicarte “goleador” y fraterno “Chuquique”, que desde que salimos de la universidad, traigo una pinche urgencia que ya no soporto más, así que te dejo para buscar un baño, si no, capaz de que me orino aquí mismo. Y se fue…!!

Ante aquella inusitada circunstancia, al ver que Rigoberto, se retiraba apresuradamente del centro del “ring” rumbo al edificio de la “Prevo”, quedé y me sentí estupefacto en aquel improvisado “altar” boxístico antes amenazador, semejante a una “piedra de los sacrificios”, sin saber qué hacer. Por fin logré reaccionar y considerándome dueño del escenario, decidí actuar en consecuencia.


Y así, acercándome al numeroso grupo que había ido a presenciar la “madriza” que el Rigón me pondría, quizás más sorprendidos que yo, me rodearon queriendo saber por qué, mi rival había abandonado la pelea. Les juro que ni la pensé cuando en voz alta, para que nadie se quedara sin escuchar, contesté: !Compañeros..! como todos lo pudieron ver, no hay nada que explicar: Ustedes mismos son testigos de que mi contrincante, simplemente se rajó…!!


 

Salvador Antonio Echeagaray Picos. Culiacán, Sinaloa, Mex. Autor, Magistrado en Retiro.

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