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Santos Ariel Agramón

LEGISLADOR Y MAESTRO - SEGUNDA PARTE

Actualizado: 17 ene 2022

"Amable lector, la historia de Moisés es conocida y pensada, como un tema bíblico, y ello no significa que sea incorrecto, pero, nos damos a la tarea de describir al profeta con reflexiones de diversos autores que lo abordaron con una mirada distinta. Esperando, y sea de su agrado."




La obra de Moisés es trascendental. La historia bíblica, revela enseñanzas divinas y terrenales, desde la creación a la plenitud de la vida del ser humano, que data “mil quinientos años después de Krishna, ochocientos años después de Abraham, seiscientos años antes de Pitágoras y mil trescientos años antes de Jesús, Moisés hizo volver todo a la Unidad primordial”, escribió Saint Yves[1]. Instauró el monoteísmo, la adoración a un solo Dios; edificó una sociedad conforme leyes y principios de la naturaleza; enseñó al pueblo la sabiduría divina; separó a los que estaban con Dios, de los que profesaban cultos profanos. Del pueblo, fueron apartados los elegidos para continuar por la senda de Dios, los demás, cayeron muertos por sus propia ignorancia y materialidad.


¿Acaso la historia de Moisés es un mito, una leyenda inventada y entreverada en las páginas del viejo Testamento? Madame Blavatsky, aporta elementos suficientes para asentar que fue una historia de otros tiempos, traída y engarzada a su vida de profeta.[2] Pero, hay autores que no se pierden en banalidades, de qué sí es un mito o una leyenda, ellos, se enfocan en la sabiduría que entrañan las enseñanzas.


Joseph Campbell, señala: hay una típica secuencia de acciones heroicas que pueden detectarse reduplicadas en muchas tierras distantes y muchos periodos históricos. Un héroe legendario suele ser el fundador de una nueva época, de una nueva religión, de una ciudad, de un modo de vida nuevo. Moisés sube a la cima de la montaña y después baja con las tablas de la ley para formar una sociedad nueva. Es un acto heroico: la partida, el logro, el regreso; casi todas las ciudades de la Grecia antigua fueron instituidas por héroes que habían partido en busca de algo y tuvieron sorprendentes aventuras, y tras las cuales fundaban una ciudad.[3]Los pueblos nacen, crecen, desarrollan y mueren en la fundamentación de arquetipos. La vida misma, es la búsqueda de respuestas y de nuevas formas de vivir. Pierre Henri Leroux, dice: “Grecia creó los arquetipos de sus semidioses, y atribuyó a Hércules los trabajos de todos, a Orfeo los trabajos y la tradición de todos los antiguos hierofantes, a Homero todos sus cantos primitivos; así, Egipto puede reclamar en la legislación de Moisés, y la más simple crítica demuestra que los judíos atribuyeron a Moisés obras que no le pertenecían; de tal manera que nada prueba que el profeta, por grande que haya sido en sí mismo, no sea un arquetipo que la tradición y la política formaron y engrandecieron, tal como los romanos lo hicieron con Rómulo y Numa”.[4]

Sociedad restaurada

Más de dos millones de hebreos fueron liberados en Egipto, señalan Madame Blavatsky e Isaac Asimov. Una tumultuosa población, inició su migración para establecer una sociedad elegida por Dios, formada con hombres y mujeres.

No es fácil renovar o restaurar una ciudad establecida, escribió Descartes, muchos asentamientos han sido creados y formados por impulsos personales, sin tomar en cuenta la reglamentación que da orden y sentido al crecimiento de la ciudad, lo mismo sucede al pretender restaurar una casa edificada, o la vida de un hombre. ¿Acaso, nacer de nuevo, no es la vía para entrar al reino?

Moisés, había quitado lo malo a lo bueno de un pueblo que iba en busca de la Tierra Prometida. La sociedad, se había circuncidado, había cercenado partes de sí misma, para continuar adelante. ¿Acaso, el Leví qué había trazado, palmo a palmo, la creación del Universo en el libro de Génesis, pretendía formar una sociedad con hombres libres y de buenas costumbres, siguiendo el mismo modelo? Madame Blavatsky, desentraña la Biblia, y con una mirada distinta y los pies en la tierra, señala: “los primeros capítulos del Génesis jamás han pretendido representar ni la más remota alegoría de la creación de nuestra Tierra. Marcan un concepto metafísico de algún periodo indefinido en la eternidad, cuando la ley de evolución lleva a efecto intentos sucesivos para la formación de universos”.


La ley de la evolución, es una enseñanza que el hombre adquirió en el transcurso de miles de años. Moisés, quizás, había encontrado respuestas a interrogantes existenciales que lo acompañaron en la vida: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, y pueda, quizás, decir: Soy un fragmento del mundo mineral, una parte vegetal, una fracción animal y parte de la humanidad. Soy un fragmento infinitesimal del mundo vivo e inerte, desde un grano de arena hasta los confines del universo. Soy mente, tiempo, nada, todo; soy vida consciente e inconsciente, aquí, allá y en el más allá. Con razón, Facundo Cabral cantaba: “…en una parte de mi piel está el universo”.


En el comienzo de la vida, el hombre moderno da pasos hacia un mejor porvenir. La naturaleza, lo suele mover por algo más grande que él. Las ansías del saber lo impulsan a recorrer vastas travesías; al nacer, vive con la inquietud de encontrar respuestas en un mundo completamente desconocido, crece al rigor de los cánones familiares, educativos y sociales, aun así, está inmerso en un mar de dudas, balanceadas por las olas del tiempo. La vida es movimiento continuo. “No nacemos humanos, nos hacemos humanos”, señaló el filósofo francés Bernard-Henri Lévy[5]. Los griegos, crecían al oriente, a la luz, y sería conveniente seguirle el paso a esta enseñanza. El propósito de la vida, es elevar la condición humana; crecer y desarrollarse, es un trazo que delinea el destino del hombre.


La razón es la cosa mejor repartida en el mundo, la facultad de juzgar y de distinguir lo verdadero de lo falso, es igual en todos los hombres.[6] La naturaleza doto al hombre la capacidad de razonar y le cedió los bienes de la creación. Está escrito, por causa del hombre fue creado el universo. Pero, ¿qué ha sido del hombre desde la evolución de su conciencia? ¿qué ha sido de la madre naturaleza desde que el hombre se enseñoreo de ella?


La razón, distingue al hombre del animal, pero está más cerca del mundo animal, dijo Aristóteles. El hombre es un amasijo de sensaciones. Los pensamientos, palabras y acciones parecieran provenir de sus entrañas. El placer, el dolor y la furia, son los sentimientos que guían sus pasos por dudas y desaciertos. ¿Entonces, cuándo el hombre, hace valer la racionalidad?

Ortega y Gasset, escribió: “Los antiguos y medievales tenían una definición del hombre, y para nuestra vergüenza, no superada: es el animal racional. Coincidimos con ella, la pena es que para nosotros se ha hecho problemático no saber claramente qué es ser animal y qué es ser racional”.[7]


La razón permitió al hombre distinguir el placer de los sentidos, se deja llevar por el efímero goce de la realidad circundante; está maniatado, atrapado en su propia naturaleza, vive aprisionado en una realidad sensitiva, creada por la mente. La mítica torre de Babel en la gran Babilonia, fue erigida para enaltecer el ego del hombre, que se alza por la gloria de los triunfos terrenales, que le son agradables y dignos de grandeza, dividiendo su ser, la palabra y el espíritu. Pero la verdadera transformación del hombre se da en los ámbitos de la materia y el alma.

[1] Yves, D’Alvey, Sant. El Arqueómetro Tomo I. P. 24. [2] Madame Blavatsky, en su texto La Doctrina Secreta Tomo II, pp. 21 y 22, da cuenta del hallazgo del asiriólogo ingles George Smith, en el palacio de Sennacherib, en Kuyunjik, encontró un fragmento de la historia de Sargón, (llamado por Blavatsky como el Moisés Babilónico), de una fábula escrita en tablillas, que dice: 1. Sargina, el rey poderoso, el rey de Accad, soy yo. 2. Mi madre era una princesa, a mi padre no le conocí; un hermano de mi padre gobernaba en la comarca. 3. En la ciudad de Azupiran, situada en la proximidad del rio Éufrates. 4. Mi madre, la princesa, me concibió: con sufrimientos me dio a luz. 5. Me coloco en un arca de juncos; con betún cerro mi salida. 6. Me lanzo al rio, el cual no me ahogo. 7. El rio me llevo a Akki, el conductor acuático, me llevo. 8. Akki, el conductor acuático, con ternura entrañable, me recogió. [3] Campbell. Joseph. El Poder del Mito. PP. 175, 176. [4] Leroux, Pierre. Cartas a los filósofos, los artistas y los políticos. P. 111. [5] Levy Bernard-Henri. 2018. Entrevista: “No somos humanos cuando nacemos”. The New Times. [6] Descartes, René. [7] Ortega y Gasset, José. Que es la Filosofía. Unas lecciones de metafísica. P. 14.

 

Santos Ariel Agramón

Culiacán, Sinaloa, Mex.

Licenciado en Economía en la UAS,

Maestría en Economía Regional UAS (2005)

Consultor en Proyectos y Finanzas Públicas.

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