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Maricela Bustillos Rodríguez

LOS PIRULES

"Así es mi pueblo, seco pero lleno de vida, desde temprano se oye el canto de los gallos y te duermes con el balar de los borregos... "


En el pueblo dicen que los pirules no sirven para nada, tal y como decía don Chuy, tuvimos la desfortuna de anidar en un lugar donde la madera no sirve para dar calor de hogar. Las tolvaneras de Tepaltatepec te dejan ver lo seco y árido de la tierra, te hacen fuerte, nos decía el señor Gilberto, te quitan lo sacón y te obligan a trabajar... la tierra no regala nada, a no ser que la trabajes y, para eso, hay que compartir el agua con ella ¡qué ironía! a nuestra tierra seca llegan visitantes por el agua, a los balnearios con sales curativas que prometen salud. Pero a mí me gustan los pirules, me hacen sentir en casa, desde la carretera me van dando la bienvenida, al igual que el viento que pareciera hacerlos llorar, esperando que aunque sea su llanto, moje un poco la siembra.


Así es mi pueblo, seco pero lleno de vida, desde temprano se oye el canto de los gallos y te duermes con el balar de los borregos... los perros se tiran al sol en los portones para anunciar con un ladrido todo aquello que pasa por su territorio...se tiran al sol, ese sol que quema la piel y nos hace de tez morena y de paso firme... así somos los de Tepaltatepec, como nuestra tierra, endurecidos pero nobles de corazón. Todos los que vinieron aquí, en algún momento pasaron por las minas, si no ellos, los de antes de ellos... por eso el sol, más que quemarnos, nos quita el frío de los huesos, eso que doña Lencha le llamaba quedar tocado por tanto frío... ese frío airoso que nos lleva a casa por la tarde-noche para arroparnos, para arrumacarse con la que Dios te dio por mujer.


Todo parece igual, pero no está igual, los pueblos no son lo mismo nunca, los vamos cambiando nosotros y aquí en Tepaltatepec todo cambió aquel día... el día que se robaron a esa muchacha, la hija de Don Roque, sí, esa mera, aquella chiquilla que todos veíamos llorar cuando su padre le cantaba todos aquellos corridos que terminaban en tragedias, en dolores; todos esos relatos de los hombres bravíos que defendieron lo suyo aunque terminaran perdiendo... pero cuando pierdes algo de verdad, el dolor no se queda en el llanto, es como un llanto seco que viene desde muy dentro pero que sale con furia más que con pena.


Tepaltatepec no fue más aquel pueblo lleno de tortillerías de maíz blanco camino a la mesa de todos nosotros, ese pueblo donde el mole y el arroz de Lidia te daban fuerzas para llevar la jornada, aunque el verdadero regalo de Lidia, no esa su mole sino su sonrisa, esas ganas de vivir con gusto todo aquello que el día te propone... como el pueblo, ese pueblo que camina solo, que sólo necesita que salga el sol para que funcione.


La chamaca se llamaba Juanita, no Juana, Juanita, porque así le decían a su madre que en paz descanse, que se murió intentando traerla al mundo, sólo que en el intento, se fue una y llegó otra... así es la vida, uno nunca sabe el precio, pero sí sabemos que siempre estaremos dispuestos a pagarlo.


Dicen que fue uno de esos camioneros que pasan de camino para Pachuca, vaya ustéd a saber cuándo le echó el ojo el desgraciado; la verdad es que pasan tantos que es imposible recordar la cara de todos. Pero este no era como los de siempre, como esos hombres que buscan la buena comida para aguantar horas y horas manejando pa’l norte o pa’l sur, todos pasan por aquí. A este se le veía lo malo desde el principio, así lo dijo la monja, esa monja que todos vieron pero que nadie pudo recordar siquiera su cara.


El hijo de Doña Susana, siempre anduvo volado por la chamaca, de esos amores juveniles y sin turbiedad alguna... se reunía con ella en el monte a esperar el atardecer ¡cosa de enamorados! Pero, Chava, el hijo de doña Susana también andaba perdido... los buscaron por todas partes y nadie los vio hasta que llegó la monja, ¡esa monja! Y les dijo que se habían subido a un camión con la intención de deshonrar a la muchacha... y fue la furia de Don Roque la que llevó a la tragedia... mataron a palos al niño y a la niña la encontraron con cara de susto en el barranco, intacta, sin un sólo rasguño... pero sin vida.


Dicen que las tolvaneras del pueblo no sólo levantan polvo, también acarrean el mal y lo traen de vez en cuando, pero el mal esta vez se vistió de monja, esa monja que todos vieron y nadie pudo ver su rostro... el camionero nunca existió, todo fue un mal entendido, pero todos en el pueblo supieron que fue el mal... el mal disfrazado de monja, esa monja cuya lengua malvada le regaló cuatro tumbas más al panteón: Juanita, Chavita, Doña Susana, que murió de pena, y Don Roque, que dejó de comer en su celda.


Nada volvió a ser igual, sólo los pirules, esos pirules que fueron testigo de aquel día y que decidieron no calentar más los hogares de ese pueblo... esos pirules cuya pena se vería siempre en sus ramas, sus ramas cabizbajas.


En el pueblo dicen que los pirules no sirven para nada... yo creo que sí... son los espectadores más antiguos de Tepaltatepec.


Maricela Bustillos Rodríguez

Mayo, Rancho Paraíso, Ciudad de México.

 

Maricela Bustillos Rodríguez

CDMX, Mex.

Lic. Psicología, bailarina, autora y narradora.



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