top of page

MÉXICO: UN LATIDO DE TAMBOR

"Tambores como cascos de caballos, obsidiana de fuego, una ola devorando las rocas, la ballena azul en un salto inverosímil que rompe el Mar de Cortés…"


El tradicional desfile por la conmemoración de la Independencia de México, me tocó vivirlo ahora sí, a pie. Ser uno más de los cientos y cientos de participantes que se sumarían a esta actividad cívica replicada en todo México, ciudades, pueblos, comunidades, comisarías, delegaciones... Millones de corazones unidos por una bandera tricolor, un águila devorando una serpiente y los ecos de aquel grito de libertad del cura Hidalgo: ¡Viva México!


La Patria te llama, te anima, te impulsa. Regresé a las aulas normalistas, a seguir ayudando en la formación de docentes, en la Escuela Normal Superior de BCS “Profr. Enrique Estrada Lucero”. Empezaron los ensayos, y al principio, perdimos el paso y las risas de los y las estudiantes no se hicieron esperar. Izquierda, izquierda, izquierda. De a poco recuperamos la memoria y el niño que fuimos se acopló al pulso del tambor que indicaba el ritmo del paso. Altooo, ya. Marcando el pasooo, ya. Izquierda, izquierda. Casi listos, nos indicaron hora y lugar para reunirnos previo al desfile. La esquina donde la arena se confunde con el asfalto: Calles Márquez de León y Abasolo, el inicio del emblemático malecón de La Paz, malecón que contiene una de las bahías más hermosas de México.



Salí temprano para evitar el tráfico. 16 de septiembre. Día de fiesta. El mínimo tránsito vehicular se dirigía donde mismo, al desfile. No tuve problemas para encontrar estacionamiento. Conforme me acercaba al malecón, de los murales con motivos marinos emergían uniformes de todos colores. Primarias, secundarias, bachilleratos, asociaciones. Infinidad de banderas tricolor en astas relucientes al sol. Con la ligera brisa marina los pendones se agitaban. El águila enterraba con frenesí sus garras en la piel de la serpiente, mientras el bífido trataba de darle una colmillada mortal para escapar a su destino. Otras manos portaban orgullosas una bandera blanca con el escudo de Baja California Sur: al centro una ostra de perlas, rodeada por cuatro peces. Es uno de los diseños más antiguos de la historia mexicana, creado por instrucciones del Virrey Antonio de Mendoza, Gobernador de Nueva España entre los años 1535 a 1550, para designar el entonces territorio de las Californias. En 1975, el primer congreso de Baja California Sur lo recuperó como el emblema del naciente estado libre y soberano. (Cfr. Para todo México. https://paratodomexico.com/estados-de-mexico/estado-baja-california-sur/escudo-baja-california-sur.html)


El malecón bullía de alegría, sonrisas, saludos, gritos: ¡Allá están, vamos! ¡Sigan la fila, tomen distancia! ¡La mano, no me sueltes la mano, ya va a empezar! ¡Falta la bandera, marquen a la directora! ¡Atención! Y sonaban los latidos fulgurantes de los tambores, como si el corazón de un país emergiera en cada golpe. El rugido de un jaguar recorriendo las calles, un águila en ascenso, el majestuoso paso del elefante que hace temblar la tierra. Los tambores sonaban con orgullo, firmeza, con la certeza histórica del origen forjado a sangre, acero, fuego. Con el eco de una campana nocturna, calzones de manta, una virgen morena, un grito, un relámpago, el parto de una nación independiente, el parto de una tierra fundada por dioses y conquistadores. Tambores como cascos de caballos, obsidiana de fuego, una ola devorando las rocas, la ballena azul en un salto inverosímil que rompe el Mar de Cortés…



Encontré el contingente de la Escuela Normal. Saludé a unos maestros. Los futuros docentes estaban en columnas de 5. Divididos en escolta, banda de guerra y estudiantes en general. Entusiasmo, alegría, orgullo apenas contenido por el cubrebocas. El brillo en sus miradas, más allá del ímpetu en la juventud, era el brillo de quien sabe su compromiso con el futuro de una nación, el compromiso de prepararse para generar un cambio de largo plazo, una mirada llena de sueños. Y los cascos de los caballos resonaron de nuevo, los tambores elevaron sus latidos. Por unos minutos, esos latidos dominaron el ambiente. Luego nada.


Silencio. Obedeciendo una orden secreta todos levantamos la vista. El cielo azul más que azul. Puro, virgen, inmaculado. Apenas roto por ese ruido misterioso que nos hacía buscar en el horizonte. Cuatro puntos se acercaban a gran velocidad, ángeles con alas de acero descargaron un saludo de humo. Aviones militares que indicaban el inicio del desfile. Y el ruido se hizo más intenso. Ahora cuatro helicópteros amarillos, en perfecta formación seguían a los aviones.


Empezaron a avanzar las escuelas delante de nosotros. Los ángeles metálicos dieron su segunda ronda. Los tambores aceptaron el reto y le imprimieron más fogosidad a su canto. Las personas en ambas aceras saludaban, gritaban, tomaban fotos y videos. Más órdenes: ¡Tomar distanciaaa, marcar el pasooo, avancen yaaa! Banderas al aire, paso marcial y el malecón se abría esplendoroso de sol y sonrisas. La misma emoción patriota se reproducía en cada esquina de México, en cada avenida principal de pueblos y ciudades donde el desfile unía a millones de corazones.


Avanzamos siguiendo la escolta. ¿Qué habrá sentido el cura Hidalgo cuándo la campana congregó miles y miles de almas ansiosas de libertad? ¿Sabría don Miguel que ese acto haría nacer un país? ¿Sabría que cada año los tambores replicarían el toque de aquella campana? Los latidos de mi corazón se acompasaron al redoble de los tambores. El orgullo de ser mexicano se reflejaba en cada rostro, cada mirada, cada mano levantada al cielo.



Avanzamos, la tibieza del sol y la caricia de la brisa marina nos envolvía. Las personas a los flancos agitaban banderas en miniatura, más fotos, se escuchaban voces entusiastas, ¡Miren son los maestros! Manos agitadas al aire. Avanzamos al ritmo de los tambores y trompetas. La satisfacción, el orgullo, el contento encapsularon el tiempo. Nos dimos cuenta del final del desfile porque unos oficiales cerraban el paso. Los policías, sonrientes y animosos nos indicaron por donde seguir. Una combi de la Normal nos esperaba en una calle lateral para un breve convivio. La alegría se desbordó. Afuera cubrebocas y las sonrisas explotaron, como lo hicieron los fuegos artificiales la noche anterior. A lo lejos, seguían los tambores, el latido de un país llamado México.


 

Juan Diego González Castro

Sonora, Mex.

Autor, promotor, docente y fundador de talleres de literatura BCS.

Comments


bottom of page