"Me miran con mala intención, piensan mal de mí, me quieren hacer daño, me quieren abusar..."
En la paranoia el otro me quiere hacer daño, o vivo constantemente en la tiranía de la persecución, en esa paranoia el otro vive sin ley, técnicamente hablando desde la clínica la paranoia parece ocupar una zona intermedia entre una psicosis organizada en torno al deseo, la melancolía, y otra alrededor de la palabra, la esquizofrenia, en términos lacanianos la paranoia es un goce identificado con el Otro. Esta identificación es la que constituye, hablando propiamente, al delirio con la producción del Otro, como el dios de Schreber. Este Otro no es el mismo que el otro del lazo social, sino que es un Otro que goza, que no tiene ley; es un Otro respecto del cual el sujeto no está separado –se trata de una relación donde no está el tú, el tú del pacto de palabra que crea al contrato social, en otra ocasión trabajaré a Schreber un prominente paranoico.
La paranoia tiene una concepción psicógena, “el otro me amenaza”, me persigue, me acosa, esto quiere decir que no existe la paranoia sino los paranoicos, veamos por ejemplo a los celosos donde la pareja desde su delirio paranoico se mete sexualmente con medio mundo, de hecho, Lacan va más allá y ubica al Yo como una entidad eminentemente paranoica. El mecanismo esencial de la paranoia es la proyección, desde esta proyección elabora un mundo propio delirante, fijemos la mirada por ejemplo en los chamanes, los lectores de cartas, o aquellos psicólogos que se llevan interpretando, todo ello encuadra dentro de la paranoia, la religión y el ente persecutor demoníaco del cual Cristo nos salva, esto no es más que un jueguito paranoico, tanto con el pecado como el mal.
Salvador Dalí utiliza la paranoia en sus obras, lo toma incluso como un método, el surrealismo se alimentó de este método paranoico crítico, la paranoia desde este movimiento se ubica como un delirio más racional, no ese delirio invalidante que escotomiza al sujeto, se le llamó incluso locura razonante. Algunos infatuados viven delirios de grandeza, existen multitud de individuos con una personalidad paranoica, esquizoides, desconfiados, hipercríticos, sensitivos, suspicaces, rígidos, intransigentes y agresivos, que conviven normalmente en sociedad sin mayores problemas y, a veces, incluso con considerable éxito.
En otros, esos rasgos de personalidad se acentúan gradualmente hasta constituir «estados paranoides» más o menos duraderos y sin claros síntomas delirantes. Menos frecuentes son los casos de «paranoia pura», en los que el individuo ha ido elaborando paulatinamente, a partir de premisas no siempre falsas y con la coherencia de una lógica interna, un sistema de creencias delirantes en torno al propio yo, irreductible a cualquier argumentación en contra y escasamente verosímil para los demás. Muchas veces ocurre que el individuo tiene una «reacción paranoica», de presentación aguda y más o menos espectacular, frente a situaciones especialmente tensas, conflictivas o frustrantes; y, finalmente, síntomas paranoides de mayor o menor entidad pueden aparecer de forma secundaria en enfermos con depresión, manía, celos etc.
El saber que vamos a morir nos pone paranoicos y nos llevamos protegiéndonos con vitaminas, ejercicio, y muchas variantes delirantes que nos ofrece el mercado, en el sujeto paranoide lo esencial es la proyección, un mecanismo psicológico natural por el que tendemos a atribuir a otros aquellos impulsos, fantasías, frustraciones y tensiones que nos resultan inexplicables, inaceptables e insoportables en nosotros mismos. Es una tendencia universal en el ser humano, que se da, por ejemplo, en ciertas sociedades animistas, que creen que determinados acontecimientos naturales (la muerte, las enfermedades, etc.) se deben a agente externos que actúan intencionadamente (personas, animales, fetiches). Es muy frecuente en los niños, que tratan de disculpar sus faltas o errores achacándolos a la intervención de otras personas, y funciona también en individuos adultos, cuando piensan que sus oponentes son más fuertes de lo que realmente son, o en los enamorados, que ven a la persona amada según sus propios deseos.
El hecho de que el dujeto perciba el mundo que le rodea desde su subjetividad, que sea imaginativo en la interpretación de la realidad, implica infinidad de posibilidades proyectivas. La proyección típicamente paranoide le ofrece la ventaja defensiva de transformar una amenaza interna, tal como la inseguridad intolerable o inaceptable que le producen sus pulsiones en un peligro externo, siempre menos angustioso y bastante más manejable. La proyección supone una interpretación subjetivamente desviada y distorsionada de la realidad, que no por eso deja de percibirse de modo correcto.
Por eso el paranoide no niega o falsea lo realmente objetivo, pues sobre todo se refiere a lo oculto, a lo supuestamente intencional, a lo que se esconde tras la apariencia, a lo que es potencial o posible en un futuro más o menos inmediato, a los supuesto sentimientos de los demás; y, por ello, se mantiene tenso y con una expectativa defensiva, temiendo lo que otros puedan pensar de él, decir o hacerle, descifrando cualquier indicio de sus intenciones presuntamente malévolas: «Me miran con mala intención, piensan mal de mí, me quieren hacer daño, me quieren abusar, etc.» Con mayor frecuencia que cualquier otra persona, el paranoico utiliza preventivamente la proyección en sus relaciones con los demás, conjeturando acciones negativas personalizadas en otros. A veces esa prevención paranoide resulta apropiada y conveniente en las relaciones sociales: «Piensa mal y acertarás», esta es una cuestión también muy paranoica.
Carlos Varela Nájera
Culiacán, Sinaloa. Mex.
Psicólogo, docente universitario UAS,
Fundador de Cátedra Lacaniana en Sinaloa.
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