La vida secreta de las palabras
Debajo de tablas podridas
entre arbustos ateridos de polvo y carreteras sin fin
anómalas
en cajones de madera curtida en el Mississippi
entre tus piernas,
ahí late la vida secreta de las palabras
henchidas o como lanzas dispuestas a herir
rábanos crujientes
cebollas provocando lagrimeo
esconden el rabo en correos electrónicos
entre íconos mustios
dormitan en tu frente, palabras como moscas
a veces versos-mosquitos
tenaces por decir riscos o llamas
reposan en su mundo extraño
sofocadas por máscaras en pandemia
aquí las convoco y deletreo
para adorar tu andar y los signos de muerte sobre tu rostro
ellas, palabras para orarte
horadar la capa de hierro
y atravesarnos al mismo tiempo.
El temblor de tus párpados antes de la tormenta
El sueño, la seda que cubre tus párpados y desliza los brazos a un lado del abandono. Arrimar, arrumar, arrullar el cansancio sobre el lecho.
Hacerse el aparecido en los sueños de otro y tomar su rostro con las manos del agua onírica.
Soñarse en otras habitaciones vaporosas, los velos de un viaje nocturno.
La respiración del que descansa olvidando despertar, ¿para qué?
Mejor soñar.
Palomas perdidas
Camino hacia atrás
en una mañana que me sabe a tinta
y unas manos torcidas devuelven cincuenta centavos
a todo aquel hambriento de esporas,
mi cuello se pierde del horizonte
nombro mi pecho cicatrizado de arañas.
Estoy triste.
Bajo la loma y me interno en su tripa
goteo palomas perdidas.
Lloro.
Sumerjo cantos
escucha de mi buena fuente:
tus ojos que he llevado en los huesos
lloran el canto de los huérfanos
deseo luciérnagas eléctricas
para encender tus brazos.
Estoy triste,
bebo oscuridad
afino el llanto.
Yo no podía saberlo
No lo supe, no hay pantallas que registren mi paso por las calles sucias del centro. No supe que antes de mí le habías dado unos pesos al anciano sentado en la esquina donde me estaciono. No podía saberlo (¿cómo?), el lunes que entré fugaz a la iglesia te acababas de marchar, (en el aire flotaban tus oraciones y pecados confesados a la claridad, al uno). Imposible que al tocar los mangos maduros yo imaginara que tu mano había estado ahí tres minutos antes. Será que vas delante de mí algunos minutos, piensas que estamos por encontrarnos, pero no alcanzo a salir de casa, me detiene un alto en Reforma, una embarazada cruza la calle con dificultad y le cedo el paso, me distraen los veinte segundos en que me asomo a ver el perro de mi infancia en cualquier casa, la librería donde nunca tienen el libro que busco (pero hay cien que quisiera comprar). Me detienen los atardeceres rojizos, un mezcal, una idea brillante cuando lavo los platos, todo suma o resta para que no llegue a donde sin saberlo, me estabas esperando.
Iliana Hernández Partida
Ensenada, Baja California, Mex.
Autora, traductora, pintora, maestra en Cultura Escrita/Lenguas Modernas,
docente en la Facultad de idiomas de UABC.
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