"El vouyer como adicto a la pornografía ya no es el hombre sartriano del ojo de la cerradura. No tiene complejos, poco culpable animado por el aburrimiento."
(Jaques-Alain Miller, El cuerpo hablante).
En nuestra época el hombre ha quedado sin atributos, las parentalidades cuestionadas, es la época del empuje al goce, donde el cuerpo es sobredimensionado, y sin garantías de nada parece que la única garantía es el goce y la muerte. Uno de los accesos directos al goce es la pornografía, Miller en el texto El inconsciente y el cuerpo hablante, nos previene sobre la pornografía electrónica, ya Freud mencionaba como el niño se encontraba con su erótica mediante la masturbación infantil, esto indudablemente lo dejaba a expensas de una insatisfacción. Entramos al campo de la fe, lugar donde nos sitúa la pornografía, ya que ésta instala la creencia de que sí existe la relación sexual, pero cuando nos acercamos detenidamente abre sus fauces de nuevo, la insatisfacción como si eso ni se inscribiera ni dejará huella, de vuelta al infierno de la insatisfacción.
La pornografía asesina al fantasma, algunas otras veces le puede dar a ese fantasma un exagerado colorido perverso, en otras ocasiones crea en el espectador la rutina de lo mismo, que no necesariamente es iteración de goce, sino entradas y salidas que se enmarcan en un vacío, precipitados de poco menos que nada, si acaso, líquidos derramados expedidos al aire donde no existe triunfo en el acabar sino que el gemido alcanzado que indica el goce del uno solo.
Miller en El cuerpo hablante se pregunta ¿Qué es el porno sino un fantasma filmado con la variedad apropiada para satisfacer los apetitos perversos, en su diversidad? No hay mejor muestra menciona Miller, de la ausencia de la relación sexual en lo real, que la profusión imaginaria de cuerpos entregados a darse y aferrarse. Un haciéndose acabándose, donde el mirón lascivo queda capturado, un títere ahogado por el goce del otro, si acaso será convidado especularmente a una paja en lo privado, pero siempre solo en su goce.
Los cuerpos que se dan a la vista del pornovouyer quedan extasiados, porque esos cuerpos, no saben donde darse, se dan en todo orificio posible, intentando producir más orificios todos aquellos a los que los conmine su avezada perversión, busca hacerle al cuerpo todas las torsiones posibles hasta que el cuerpo aguante. Lo que observa el observador en ese faje con pasaje al acto es que él quiere ser el centro, se proyecta como antes se decía, y quisiera tomar el rol protagónico, pero solo queda un tenue estremecimiento producto de lo convidado y no dado, juega en esa mirada a ser omnipotente orgánicamente hablando, es decir, la erección nunca lo abandona, es un sujeto endiosado sin detumescencia, en ese lugar lo colocan las cavilaciones de su proyección.
Se endiosa lo pornográfico porque nos lanza la idea de que el cuerpo es invencible, que vence los 5 o 10 minutos del acto, prolongándose hasta por horas, esto es del orden del engaño, lo caricaturesco de esto es que el vouyer lo cree, al no conseguirlo, estipulado a las terapias, en el mejor de los casos al psicoanálisis, donde escenifica lo real, la impotencia lo consume, no dura su miserable órgano las horas que el escenario pornográfico le enseñó.
Hay que decirlo, sobre la mirada opera un recorte especular, no todo muestra, en la pornografía, quedan pasajes, resquicios, recovecos que la mirada no puede alcanzar, algo escapa a la mirada, ya que esa piel no permite ver todo como el sujeto vouyer quisiera, la mirada es devuelta bañada en impotencia.
Los sujetos que realizan el acto porno, parece ser, que no tendrían vergüenza de mostrar, siempre muestran de más, aunque no todo, creen en su delirio de éxtasis, mostrar todo, es una ilusión que alimenta lo imaginario, la pornografía viene en esta era postcovid capitalista a fundar una nueva religión de ahí pues que lo que vende es la pócima sexual para que el pene crea que ha vencido la gravedad.
Verónica Hernández Jacobo.
Guadalajara, Jalisco.
Psicóloga, Doctora en educación, colaboradora en la Cátedra Freudiana y Lacaniana sinaloense
Comments